lunes, 29 de agosto de 2011

Ishi

Hecho

Para conocer al protagonista de esta historia, la mayoría de nosotros deberá realizar dos viajes. Aquellos que tengan la suerte de vivir en California, podrán prescindir de uno, pero tendrán que esperarnos un rato lo suficientemente largo como para que nos reunamos allá.
Esta es la parte más fácil del asunto. Ustedes pensarán que tengo poca idea de lo que digo, que para muchos de ustedes darse una vuelta por California no es ni fácil ni barato.
Ya estamos todos acá, muy cerca de la falla de San Andrés. Nos miramos mutuamente, sin saber bien por qué estamos todos juntos. Yo lo sé muy bien, pero todavía no se lo dije a nadie. Así que sonrío y hago el anuncio. Vamos a conocer, les digo, al último nativo en tomar contacto con la cultura occidental. Se llama Ishi y está por aparecerse en un poblado. Justamente hoy, 29 de agosto, pero hace cien años.
Este último viaje fue un poco más complicado, pero nos la arreglamos bastante bien. Retroceder en el tiempo no es algo fácil, y aunque nos costó menos dinero, algunos de nosotros perdimos pelo en el camino, y hasta algún dedo.
El viento es cálido en esta época del año, al menos en 1911. Llamamos un poco la atención. Somos un gran grupo de curiosos amontonado en una loma, en una región que en esta época no es más que un pequeño pueblecito del pasado.
Ahí aparece Ishi, camina por la calle aburrido. Ya estuvo mucho tiempo solo. No se le había acercado a nadie desde que un grupo de técnicos que andaban haciendo mediciones para construir una represa hidroeléctrica, descubrieran el último escondite de los yahi.
Pero eso fue en 1908.

lunes, 8 de agosto de 2011

Pedagogía extrema

Ficción

Cada nueva clase lo entristecía más. Matías hacía un gran esfuerzo pero no conseguía generar ni un poco de interés en aquel grupo de alumnos cognitivamente impermeable. Quizás sean éstas las condiciones impuestas por el mundo moderno. Una clase se ha vuelto un lugar que reúne una serie de cerebros estáticos, que reducen su actividad al mínimo necesario como para controlar órganos involuntarios.
Matías hace tiempo busca la manera de despertar a sus alumnos. En ningún momento, y ya hace años que da clases, consiguió hacerlos estudiar. No los convenció ni siquiera habiendo implementado un sistema de evaluación estricto. Tuvo que desaprobarlos a todos.
Pero hoy por la mañana, mientras desayunaba imaginando una nueva teoría para explicar la organización de las alturas en la obra de Chopin, entendió que ya no podía enseñar la música a ese grupo de insensibles escuchadores de cumbia desde adentro del mismo arte.
Alguien le había dicho alguna vez que pertenecemos a una generación que lleva puesto un buen par de auriculares a todo volumen. Una generación que no se preocupa por su alrededor. Aquel que quiera comunicarse con nosotros tiene que gritar fuerte para conseguir que nos saquemos los parlantes de la oreja.
El universo es uno solo y todo lo que está en el, aún con diametrales diferencias, parte de lo mismo y está hecho de lo mismo. Así que Matías diseñó un método comparativo y se propuso trasladar todo parámetro musical a un experimento científico. Llevó a sus alumnos al laboratorio de química y notó que un poco de curiosidad sintieron.
Vamos a representar en estos recipientes, dijo Matías, la tensión armónica de los acordes más utilizados en la música tonal. Entonces mezcló varios líquidos de colores en un frasco y lo sacudió, obteniendo un líquido de color tímido que no decía gran cosa. Si esto es un intervalo de quinta justa, explicó, en este otro frasco representaremos de manera química al acorde de séptima disminuida.
Hubo tal explosión en el laboratorio que los bomberos vinieron sin que nadie los llamara. Matías no sufrió lesiones, porque había tenido cuidado. Algunos alumnos quedaron un poco aturdidos, pero ninguno entendió de qué se trataba el experimento.