martes, 25 de diciembre de 2012

toriPaceni

Anagrama

Alguien la tomó aunque no pudo ver quién. La despertó violentamente y la saco de aquel lugar en el que dormía. Sintió una fresca brisa en la cara y supo que era de noche. Alguien introdujo una parte de ella en un envase frío y traslúcido. Su equilibrio era bastante inestable, tanto que pensó que caería al suelo, aunque seguía misteriosamente en pie.
Oía gritos de alegría y de a poco empezó a escuchar estruendos violentos. Supuso que no era nada grave, por que de otra forma, se hubieran detenido los gritos de alegría. Entre todos la aturdieron. Bocinas, truenos, silbidos y gritos. Un miedo fuera de control fue distribuyéndose a lo largo de su ser.
Sintió que alguien se le acercaba. Decía algo, pero no le hablaba a ella. Era como si su presencia no importara en lo más mínimo. Fue justo en ese momento cuando escuchó un sonido extraño. Producido, muy probablemente, por un incómodo rozamiento entre dos objetos. Pudo ver un destello amarillo.
Luego todo pasó muy rápido. Sintió el contacto de una llama y en seguida se encendió su cuerpo. No sintió dolor, lo que podría haberla tranquilizado un poco si no fuera porque su cuerpo parecía estar hecho de combustible. El fuego la recorría con gran comodidad. Pensó que su muerte iba a ser tan sólo una llama.
La sorpresa le alegró el final. Sintió cómo el fuego al penetrarla desencadenó todo un espectáculo. Gracias al principio de acción y reacción, salió volando para arriba. Sintió la caricia del aire en la cara. Por un segundo disfrutó del vuelo, un segundo justo antes de explotar.

Después de que alguien enciende la mecha de una cañita voladora, el calor se transforma en movimiento cuando por un extremo del cohete se le permite al gas de la combustión escapar al exterior. Esto vale tanto para cohetes espaciales como pirotécnicos.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Mingitorio carnívoro

Ficción

Hace días que el muchacho metrosexual es víctima de una enorme curiosidad. Una curiosidad de esas que tenderían al infinito si fueran consideradas desde la perspectiva del cálculo infinitesimal. Lleva grabada en su corteza visual la imagen del mingitorio del baño del club. No de cualquiera. Recuerda especialmente aquel de la punta, el más alejado de la puerta envuelto en una cinta blanca y roja con el mensaje de peligro.
Todos los días va a ese vestuario antes de empezar su rutina de ejercicios y después de terminarla. Mientras se cambia la ropa, mira fijamente el mingitorio inhabilitado y se pregunta por qué sigue rodeado de una cinta tan amenazante. Pensarán ustedes que podría resolver su inquietud tan sólo preguntando, ya que el vestuario siempre está lleno de gente. Pero el muchacho metrosexual es bastante tímido.
Ahora está a punto de entrar en el vestuario una vez más. Pero esta vez viene muy apurado. La vejiga es quien lo apura, aunque si le preguntan a ella no se hace cargo de nada. Yo sólo hago mi trabajo, el que tomó dos litros de mate es el cuerpo que me traslada, se queja. Así que el muchacho metrosexual entra con gran velocidad. Apenas puede evitar chocarse las paredes.
Cuando entra en la sala para la descarga masiva de orina observa intranquilo que ha sucedido eso que se da sólo cada tanto, todos los mingitorios tienen alguien en frente. Sólo queda aquel del fondo, envuelto en cinta de peligro. Y sí, al muchacho metrosexual no le queda opción. Corre hacia el fondo y arranca la cinta blanca y roja. Saca de adentro del pantalón su manguera direccionadora (sin duda uno de los mayores éxitos evolutivos del ser humano de sexo masculino) y se dispone a vaciar su vejiga.
No tarda en darse cuenta. Todos los demás hombres en la sala lo miran con miedo y lamentablemente, no tienen tiempo de advertirle nada. El mingitorio cierra la boca. Entonces se oye un grito desgarrador, tiemblan las paredes. Todos los hombres presentes se tapan con las manos su zona inguinal. Aunque con excepción del muchacho metrosexual, todos conservan su integridad física.
Al pobre muchacho se le va a complicar el asunto de la descendencia. No parece plausible, que en un futuro inmediato, la evolución nos ofrezca el recurso de la reproducción inalámbrica.

miércoles, 28 de noviembre de 2012

Algoritmo mágico

Divague

No pude evitar sentir pánico. Me formulé una pregunta terrible, de esas que nos dejan tirados por el piso. Me di cuenta de que a esta altura del tiempo, usamos las computadoras para todo, que cada vez nos volvemos más dependientes de sus capacidades y al mismo tiempo, las cargamos con más y más información.
Adentro de las computadoras todo se transforma en dígitos binarios. Hay ceros y unos por todos lados. Entonces me asaltó la duda, ¿pueden alcanzar para siempre? ¿Viviremos para ver el día en que nos quedemos sin dígitos? Si las computadoras se vieran privadas de su materia prima, los unos y los ceros, volveríamos a la época de la ilustración bidimensional (nada de programas de diseño, otra vez al lápiz).
Entonces, aún cuando no pude demostrar que existen infinita cantidad de dígitos en el universo, en parte porque sigo teniendo problemas con el infinito, me propuse diseñar un pequeño método que nos permita dormir tranquilos.
Así es como he desarrollado, después de pensar con papel y bolígrafo de a ratos, un algoritmo mágico que es capaz de extraer tantos unos como uno desee a partir de manipular tres cosas cualesquiera. Sólo se necesita, antes de empezar, encerrar esas tres cosas en una ecuación particular. Después, la manipulamos un poco, sacamos factor común, pasamos multiplicando, restando y nos quedamos con un uno que queda solito. Lo guardamos bien. Para repetirlo, sólo tenemos que rotar la ecuación resultante media vuelta exacta (conviene usar un transportador para este paso). Para los ceros la cosa en mucho más fácil.
Ahora puedo dormir tranquilo, sabiendo que si algún día las computadoras se acaban no va a ser por falta de dígitos, quizás se deba a la escasez de silicio o la extinción de China.

Descarga gratuita de la formalización de mi algoritmo mágico aquí.

lunes, 29 de octubre de 2012

Nanorobotitos

Ficción

Esta historia comienza en el preciso momento en que José decide pedir comida hecha. Lo tientan especialmente unas empanadas riquísimas que hacen en un local muy cerca de su casa, pero no tan cerca como para que decida ir en persona. Así que se dispone a llamar por teléfono.
Se estira, recoge su celular de la mesa y marca un número de ocho dígitos. Hace el pedido con total tranquilidad y después de saludar, cuelga. Y en ese mismo instante se siente incómodo. ¿Cómo es que sabía el teléfono de la casa de empanadas?, se pregunta. Si yo no me acuerdo ni el teléfono de mi abuela, se afirma.
Sospecha una conspiración comercial. Quizás los empleados de la fábrica de empanadas lo secuestraron sin que se diera cuenta, hipnotizándolo para volverlo un esclavo consumista. No parece plausible. Pone cara como de me parece que los agarré.
Cuando llegan las empanadas, no las come. Toma la caja así como viene y se la lleva al baño de servicio. No, no las va a tirar por el inodoro. Las quiere analizar con su microscopio electrónico de barrido. ¿Por qué lo guarda en el baño? No tengo la menor idea.
Practica un corte sagital a cada empanada para luego analizar la imagen que devuelven de ellas millones y millones de electrones. ¡Ahí están! José acaba de encontrar unos robotitos nanotecnológicos muy pero muy pequeños. Son tan chiquitos que no hacen cosquillas cuando uno los traga, ni pueden romperse al ser masticados.
Queda averiguar qué hacen. Pero eso José lo sabrá mañana. Bien temprano, le convidará a su gatito una empanada y cuando la trague, le va a dar una buena dosis de anestesia y le va a inyectar algún contraste. Después lo va a meter en su resonador magnético, el que guarda en la cocina. Así descubrirá cómo recordó el número de ocho dígitos que marcó para pedir las empanadas.
En algún momento, ingirió los nanorobotitos y estos, una vez en su sistema, se fueron hasta el cerebro, se filtraron hasta el hipocampo y le fabricaron el recuerdo del número, artificialmente. José pensó en hacer una denuncia, pero se dio cuenta de que en el fondo, le venía bien tener almacenado en el cerebro el número de  teléfono de la casa de empanadas.

lunes, 22 de octubre de 2012

Venerando Venus

Hecho

Nos rodea un silencio absoluto. Sí, a mí y a ustedes. Es que el sonido no tiene medio que lo transmita acá en el espacio. Viajamos ya durante mucho tiempo y estamos bastante aburridos. No hay mucho para ver, pero estamos acercándonos al final del viaje.
Podríamos usar nuestros teléfonos inteligentes para compartir nuestra experiencia a través de una videollamada con los terrícolas que no están leyendo estas líneas, pero estamos en 1975 y todavía no hay de esos teléfonos. De hecho, en muchos lugares de nuestro planeta, todavía no hay teléfonos de los viejos, los que no eran inteligentes y estaban atados a la punta de un cable.
Ya estamos sintiendo el calor. Esto de estar volando hacia el sol se está poniendo duro. Podríamos matar el tiempo charlando con el módulo que nos hace el favor de llevarnos, pero es ruso y de castellano no entiende ni un poco.
Ahí está Venus. Planeta sugerente, caliente y por supuesto, peligroso. Aunque en la década del setenta todo planeta es peligroso. Vamos a tratar de ver como una parte de Venera 9 se posa sobre el planeta blanquecino y se transforma en el primer objeto construido por el hombre en enviar imágenes desde la superficie de otro planeta. Hace dos días nos separamos del satélite que va a orbitar Venus y reenviará la información obtenida por el módulo que acompañamos a nuestro planeta.
Ya estamos cerca. Empieza el descenso final. Nos chocamos contra una atmósfera malévola, que aprieta la superficie del planeta con una presión noventa veces mayor que la que tenemos en el planeta celeste. Acompañamos al módulo en su descenso pero nos sentimos incómodos. ¡Nos estamos asfixiando! El aire de Venus tiene mucho dióxido de carbono. ¡Nos empezamos a quemar! En la superficie hay más de cuatrocientos grados.
Vamos a morir antes de ver como choca el módulo contra el piso. Igual, créanme, lo va a lograr. Va a mandar una foto de Venus. De todas formas el calor le va a hacer mal, y 53 minutos después de tocar la superficie, va a estar tan muerto como nosotros.

viernes, 12 de octubre de 2012

¿Quién es quien?

Ficción

Te digo que no, realmente es muy molesto tener superpoderes, insistió el superhéroe. El otro lo miró raro. No me quieras hacer creer que tus supercapacidades no te gustan. Reconozco que en ciertos momentos te facilitan la vida, como cuando ordenás tu cuarto en milésimas de segundo o te vas volando gratis de vacaciones. Pero además debés levantarte muchas minas con semejantes poderes. No te creas, los músicos tienen más levante. Eso es una mentira total, al menos eso dicen los músicos. Especialmente los bateristas. Si yo tuviera tanto levante no estaría ahora charlando con vos. Bueno eso es cierto. Igualmente me cuesta creerte. Encima tenés que cargar con esa obligación moral establecida de andar salvando desconocidos porque tenés tórax antibala. Bueno che, igual si perdés tiempo después lo recuperás con tu supervelocidad. Sí, pero después me tengo que volver a peinar. Resultaste pituco. A veces me muero de ganas de saltar para arriba y caer en seguida. Así no rompería los techos con la cabeza y mis amigos me dejarían jugar con ellos al basquet. No te dejan de mediocres que son. Tendrían que ponerle el pecho a la situación y buscar la manera de ganarte, claro que podrías ayudar un poco prescindiendo de tus brazos elásticos, lanzando la pelota como el resto de los jugadores. Ni al ajedrez me quieren jugar. Bueno, siempre te queda la opción de irte a vivir solo al desierto de Atacama. Total cuando tenés que ir al supermercado te hechás un vuelo. Lo pensé muchas veces, pero ahí no tenés televisión. ¿Para qué querés televisión? Soy fanático de las películas de superhéroes, las veo todo el tiempo. Sí que sos un tipo divertido. ¿Te parece? Bueno, te tengo que dejar. Cualquier cosa pegame un llamado. Dale. Y ahí nomás se fue corriendo a la velocidad de la luz. Nos hubiera quedado claro cuál de los dos era el superhéroe si no fuera porque el que quedó frente a nosotros es el que viste capa roja y un calzoncillito de colores.

viernes, 28 de septiembre de 2012

Segundo aniversario

Metanoticia

El pasado 25 de septiembre, Percepciones de la ignorancia cumplió 2 añitos. Se ha sabido que Rodrigo Valla, su autor, le preparó una torta de chocolate con mucho dulce de leche y le prendió dos velitas. Por alguna razón desconocida, el blog no pudo soplarlas. Quizás no haya podido pedir los tres deseos.
El asunto es que una ráfaga de viento logró filtrar por los burletes de la ventana una leve corriente que volcó las velas, que cayeron al mantel, que se encendió inmediatamente, que dejó negro el techo y así. Los bomberos tuvieron algunas dificultades pero pudieron controlar el fuego y los daños no fueron tan graves.
Más allá de este triste hecho, aprovechamos para entrevistar a Rodrigo, quien se mostró contento del crecimiento que tuvo el blog en este último año. Si bien es cierto que se publicaron menos textos que el año anterior, comentó, es bueno haber podido mantener vivo el blog. Además, agregó, la cantidad de visitas ha crecido 80% con respecto al año pasado.
Percepciones de la ignorancia, por su parte, no se mostró tan conforme. Afirmó que le gustaría haber ido a Marte con el Curiosity pero Rodrigo no le dio permiso. Aparentemente eran amigos personales antes de que el robot fuera lanzado hacia el planeta rojo. Cuando se le preguntó si seguían en contacto respondió: la verdad es que no, lo llamé por teléfono una vez, pero hay un retraso de 14 minutos en el satélite. Se hace imposible mantener una conversación, protestó.
Si bien el blog que acaba de cumplir años es un accidente informático insignificante al lado de una misión espacial de miles de millones de dólares y aún cuando entre los blogs que hay por ahí, también es pequeño ya que tiene menos de mil visitas diarias (unas novecientas ochenta y seis visitas menos) quizás sea el único que festejó su cumpleaños con un incendio.

martes, 18 de septiembre de 2012

Estática forestal

Ficción

Hace tiempo que es bastante común vestirse con telas de plástico, lo que sin duda presenta ciertas ventajas ambientales porque nos permite transformar toneladas de botellas de gaseosa en camperas abrigadísimas. Claro que no todo es color de rosas.
Cuando ustedes, víctimas de una curiosidad irrefrenable, consulten acerca de las ventajas y desventajas de una de las telas más utilizadas para la confección de abrigos en la actualidad, notarán que se menciona el problema de la generación de altas cargas de electricidad estática.
Todo esto sucedió un año muy seco. Pero muy seco. De esos que de tan seco que el aire está, te da sed de respirar. Yo estaba en un bosque. Uno muy bonito, con muchos árboles, que antes eran verdes y después, por la sequía, se mostraban al mundo con un marrón tímido.
Vestía un abrigo de esa tela hecha de plástico. Caminaba entre los árboles, oliendo el viento que se filtraba entre las ramas. El cielo estaba celeste y no había ninguna nube que diera lugar a ilusionarse. El agua planeaba hacerse esperar. Me senté a los pies de un tronco altísimo y empezó a gestarse la catástrofe.
Saqué una petaca y tomé un sorbito de una bebida de esas que te queman la garganta. Pensé un rato en lo injusto de la sequía y me dio calor. Nunca podré perdonarme lo que sucedió después. Cuando me saqué el buzo hecho de tela de plástico, varias chispas iluminaron el aire. Tan seco estaba el bosque, que esas pequeñísimas luces eléctricas alcanzaron para comenzar un incendio. Tuve que pararme rápido y comencé a pisar las llamas con los pies. Pero aún cuando tengo grandes los pies, el incendio no tardó en superar las suelas de mis zapatos. Todo se llenó de humo y las llamas alcanzaron el cielo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Cuesta abajo

Trasgresión

Javier ha resultado un elemento clave para el control del mal estacionamiento en la ciudad. Recordemos que se lo empleó en el estado para que controle vehículos mal estacionados, y se le permitió hacer uso de sus métodos creativos y extremadamente trasgresores. En poco tiempo ha logrado reducir enormemente la cantidad de vehículos mal estacionados en la vía pública aplicando diversos métodos destructivos que hicieron llorar a casi todos los propietarios. Recordarán ustedes aquel coche cuyo techo Javier atravesó con el cartel que rezaba prohibido estacionar. Y ese no fue el único vehículo destruido.
Hoy se dispone a hacer algo más divertido. Realmente se siente muy bien con este trabajo, nunca se había imaginado que alguien podría pagarle por realizar una tarea tan violenta. Está esperando que aparezca su víctima. Viste una barba postiza y un sombrero. Es que desesperados, los automovilistas de la ciudad han hecho circular su foto advirtiéndose mutuamente para salvar su más preciada posesión.
Pero siempre hay alguien que se distrae. Así que Javier está parado en una esquina. Ahí lo vemos esperando la oportunidad de expresar su arte destructivo. Un auto se detiene en doble fila. El conductor salta hacia afuera y se dirige rápidamente a un quiosco. Javier se acerca, ni muy lento ni muy despacio. Abre la puerta. Suelta el freno de mano.
El dueño del vehículo sale del quiosco y pone cara de no me puede estar pasando esto. Su auto, víctima de la aceleración a la que lo condena la pendiente de la calle, comienza a moverse hacia una avenida muy transitada. Intenta alcanzarlo pero ya va muy rápido. Cierra los ojos. No oye ningún ruido. El auto ha conseguido cruzar la avenida sano y salvo. Pero a lo que la gravedad acelera, la inercia lo mantiene en movimiento. Se escucha un estruendo bastante fuerte. El auto se detuvo, pero contra un volquete. Ya no tiene la misma forma que hace un rato.

jueves, 23 de agosto de 2012

Método colectivo

Divague

Además de establecer distintas leyes naturales y desarrollar herramientas para el análisis cuantitativo de los distintos fenómenos que estudia, la ciencia también debería hacerse cargo de solucionar aquellos que resulten socialmente incómodos. Y no hablo únicamente de encontrar la cura para el cáncer, sino también de aquellos problemas menores que afectan la comodidad de todos.
Así es como tras haber logrado establecer con claridad una posible forma de cuantificar el grado de injusticia sufrido por cualquier pasajero durante un viaje en colectivo al no poder sentarse, ahora estoy en condiciones de proponer un método bastante simple, que en teoría, permitiría reducir considerablemente la amplitud de la injusticia (la diferencia porcentual de tiempo de viaje sentado entre el pasajero con más suerte y aquel más desafortunado).
Cuando un pasajero sube al colectivo, abona su pasaje con una tarjeta magnética. Ahora bien, además de debitar de su tarjeta el importe correspondiente, la máquina podría asignarle al pasajero un número de turno. Cada asiento estaría equipado con un sensor para detectar si tiene o no pasajeros encima. Entonces, una vez que todos los asientos se ocupan, el sistema comenzaría a repartir los asientos que vayan liberándose siguiendo el orden de los turnos. La aplicación de este sistema permitiría que siempre se siente el pasajero que más tiempo lleva parado.
Surgen de aquí dos posibles problemas. El primero tiene que ver con aquellos pasajeros que cuentan, por presentar capacidades reducidas de movilidad, con prioridad a la hora de sentarse. Esto podría solucionarse agregando a la tarjeta magnética con la que se paga el pasaje esta información. Así, cada vez que suba al colectivo un rengo, el sistema podría otorgarle un turno prioritario.
Existen otras dos situaciones problemáticas. Si todos los asientos se ocupan en un primero momento por pasajeros que realizan el recorrido completo, al final del viaje ellos habrán estado sentados el cien por ciento del tiempo, mientras que los que hubieran realizado distancias más cortas, el cero por ciento. Este inconveniente puede solucionarse, arbitrariamente, estableciendo una nueva norma que otorgue prioridad a aquellos pasajeros que viajen durante trayectos más cortos.

martes, 21 de agosto de 2012

Genocidio natural

Hecho

Esta vez vamos a viajar en el tiempo con algunas precauciones. Así que todos agarren su tanque de oxígeno y pónganse la máscara inmediatamente. ¿Vieron cuántas cosquillas? La materia tiembla un poco cuando se manipulan de esta forma las leyes de la física.
Ya estamos en 1986. Es el vigésimo primer día de agosto. Y aún cuando todos partimos de distintos lugares, porque yo no estaba en sus casas ni ustedes frente a mi computadora, ahora estamos todos en Camerún. Está a punto de suceder algo terrible.
Estamos en un poblado y sí que parece normal. Caminamos por sus calles y la gente nos mira muy raro. Y no es que vengamos del futuro, les llama la atención que tengamos puestas las máscaras de oxígeno.
Ya son las nueve de la noche. El desastre acaba de comenzar. No, no hubo ningún ruido. Tampoco tiembla la tierra. Es que no van a sentir nada. Quizás sea mejor que nos tiremos a dormir un rato. Sí, acá mismo, pero no se saquen las máscaras de oxígeno.
En otra situación, seguramente sería lindo ver como todo comienza a iluminarse con la salida del sol, pero hoy es distinto. A medida que sube, la estrella alrededor de la cual nos pasamos la vida girando, ilumina un pueblo en el que no queda casi nadie vivo.
Acá cerca hay un lago al que llaman Nyos. No es más que un montón de agua envasada en el cráter de un volcán que supera los tres mil metros sobre el nivel de mar. Ayer por la noche, cuando nosotros llegamos, liberó enormes cantidades de dióxido de carbono. El gas, por ser bastante pesado, se mantuvo muy cerca del suelo. Asfixio a casi todo el pueblo.
Presenciamos un evento histórico, aunque no de los más bonitos. Podríamos ponernos a contar los muertos pero nos va a llevar tiempo. Son mil ochocientos.

viernes, 17 de agosto de 2012

Injusticia colectiva

Divague

Una de las más grandes injusticias de esta vida, sin exagerar, es la forma en la que se distribuyen los asientos del transporte público. Descartando a aquellas personas que siempre se sientan gracias a ciertas normas que les garantizan el derecho a apoyar la cola en un banquito, como abuelos y embarazadas, todos sufrimos alguna vez la situación que me dispongo a relatar.
Colectivo medio lleno. Subimos. Todos los asientos están ocupados. Tenemos que quedarnos parados, justo el día en que por haber caminado mucho, no sentimos las piernas. Desesperadamente intentamos adivinar quién se bajará primero. Nos paramos cerca de alguien que tiene cara de me estoy bajando. No se baja. Alguien se mueve en su asiento, como preparándose para descender. Nos acercamos tímidamente. Tampoco baja. Pasa el tiempo y el colectivo avanza. Sube más gente, que se para cerca de otros pasajeros sentados. Todos aquellos se bajan antes que el nuestro. Ellos se sientan antes que nosotros.
Considerando al colectivo como un único sistema inercial, en el cual pueden descartarse diferencias en el intervalo temporal para todos los pasajeros por estar moviéndose todos juntos a la misma velocidad, puede medirse no sólo el tiempo absoluto de viaje para cada pasajero sino también el tiempo durante el cual, éste viajó sentado.
Ahora bien, si bien no todos los pasajeros recorren las mismas distancias, valiéndonos de los tiempos cronometrados de viaje y permanencia en el asiento, podemos obtener fácilmente el porcentaje de comodidad para cada pasajero (tiempo sentado x 100 / tiempo de viaje). Así obtenemos, finalmente, el índice de confort para cada pasajero durante un cierto recorrido de un colectivo determinado. Ordenando los valores obtenidos de menor a mayor, podemos establecer el ranking de injusticia para dicho recorrido.

viernes, 10 de agosto de 2012

Super Mariano

Ficción

Lo más común de ver en las películas, es que mucha gente distinta tenga muchos problemas distintos y exista un único superhéroe para resolverlos todos. Es bastante ridículo suponer que cualquier superhéroe no sufre los mismos condicionamientos sociales que las personas normales. Sabemos que hace muchísimos años, había médicos que se hacían cargo de todos los problemas de salud. Pero pasaron los años y aparecieron, por ejemplo, los traumatólogos. Y después los deportólogos. Y ahora existen especialistas en rodilla. Con los superhéroes sucede lo mismo, hoy tienen sus especialidades.
Rocío, una estudiante de derecho que hace un tiempo fue rescatada por super Alcira, está ahora por tomar el mismo colectivo que entonces, ese cuya línea puede expresarse por la intrincada relación aritmética de dos veces, seis veces diez, más diez. Levanta la mano para que el colectivo se detenga y se dispone a extraer de su bolsillo una tarjeta, esa que almacena un montón de plata electrónica para pagar boletos de transporte público.
Aquí empieza otro capítulo, la tarjeta se resbala de las manos de Rocío, cae hacia el suelo dando caóticas vueltas. Todo pasa muy rápido, pero lo estoy contando en cámara lenta. Cada milisegundo que pasa, la tarjeta está más cerca del suelo. En realidad, más cerca de una boca de tormenta llena de agujeros. No vamos a hacer un cálculo probabilístico. La tarjeta termina en el fondo de la alcantarilla.
Rocío deja pasar el colectivo y trata de que se le ocurra alguna manera para sacar de ahí la tarjeta. Puede verla a través de los agujeros a unos cincuenta centímetros. Pero antes de que se le ocurra cualquier cosa, aparece a la vuelta de la esquina un sujeto extraño. Viste ropa de médico cirujano. Tiene un sombrerito gracioso y oculta su identidad con un barbijo. Trae una valija en una mano y un lavabo en la otra. Se detiene frente a Rocío, que lo mira raro.
Super Mariano primero lava sus manos y brazos con jabón antiséptico, se calza unos guantes de goma. Abre la valija. Despliega en la vereda todo su instrumental laparoscópico. Vemos como los bracitos del aparato entran en la alcantarilla por los agujeros. El cirujano maniobra con maestría y en pocos minutos, caza la tarjeta perdida. Logra sacarla de la alcantarilla. Se la devuelve a Rocío. Con su misión cumplida, super Mariano guarda toda su tecnología después de enjuagarla en el lavabo. Cierra la valija y se pone de pie.
De repente, una luz encandilante como las de los quirófanos ilumina toda la esquina. Todos quedamos ciegos por un instante. Ahora podemos ver de nuevo, pero no hay ni rastros del super cirujano.

lunes, 30 de julio de 2012

1930 4 2

Hecho

El sol nos inunda esta mañana del 30 de julio. Lindo clima. Estamos en Montevideo, la capital uruguaya. No se dieron cuenta, porque viajamos con la imaginación. Y la imaginación no sufre ninguna inercia. Más sorprendente aún, nos vinimos al año 1930. Y tampoco de dieron cuenta.
Estamos todos sentados en la platea del estadio, hace horas que esperamos por el inicio de la final del primer mundial de fútbol de la historia. Es que se les dio por abrir la puerta a las ocho de la mañana para ver un partido que empieza bastante después del mediodía. Estamos un poco aburridos, así que vamos a acelerar los segundos (desde aquí deben leer más rápido).
Salen las selecciones de Argentina y Uruguay. Podemos ver ordenados en fila a Botasso, Della Torre, Paternoster, Evaristo, Monti, Suarez, Peucelle (este es famoso), Varallo, Stábile, Ferreira (con brazalete de capitán puesto) y Evaristo de un lado. Del otro: Ballesteros, Nasazzi (el capitán uruguayo), Mascheroni, Andrade, Fernández, Gestido, Dorado, Scarone, Castro, Cea y Santos Iriarte.
Escuchamos los himnos nacionales de ambos países, pero un poco más agudo porque van mucho más rápido. Nos disponemos a ver el partido. Todo se detiene (ahora lean más lento). Parece que hay un problema. Claro, es que en este primer mundial de fútbol no hay ninguna empresa que provea las pelotas oficiales. Cada equipo quiere jugar con la suya. Ridículo. El árbitro se opone, afirma que no puede controlar el juego si hay dos pelotas. Propone un sorteo. Parece que ganó la selección argentina. El partido se va a jugar con su pelota.
Empieza el partido, aceleramos de nuevo (ahora tienen que leer rapidísimo). La pelota va rebotando en los pies de varios jugadores. A veces la tienen unos a veces otros. Gol de Uruguay. No llevamos ni quince minutos del primer tiempo. Gol de Peucelle. Empate por ahora. Gol de Stábile. Argentina lo da vuelta. Bien por los dueños de la pelota. Se termina el primer tiempo, pero el descanso pasa rápido. Nadie repite los goles, no hay televisión. Ya se mueve la pelota de nuevo (lean más rápido todavía), se escapa Cea, gambeta y golazo. Gol de Iriarte. Gol de Castro.
Se escucha un silbato y termina el partido (desde aquí pueden volver a la velocidad normal de lectura). Uruguay se queda con el primer mundial de fútbol de la historia. Presenciamos, sin duda, un duro golpe para el orgullo argentino. Los hinchas no hacen lío, hay mucha policía. Sin embargo, en Buenos Aires, dentro de unos minutos van a intentar asaltar la embajada uruguaya.

lunes, 23 de julio de 2012

Culpa y cargo

Trasgresión

La última trasgresión de Javier había sido terrible. Recordarán ustedes que lanzó un cohete contra un colectivo que no paró para dejarlo subir, asesinando al chofer y a once pasajeros inocentes, sumándose a las víctimas fatales un señor y un perro que caminaban muy lejos de la explosión pero fueron alcanzados por los pedazos del vehículo que volaron por el aire.
En el mundo real no pasan estas cosas. Ningún loco como Javier hace explotar un colectivo por tan poca cosa. Pero en el universo de la ficción, ese que se construye con letras y sintaxis, en el que no es necesaria la interacción de otras partículas elementales más que las letras, el sistema judicial es tan absurdo como sus delincuentes.
El tribunal oral de jurisdicción federal encargado de juzgar delitos absurdos, consideró que Javier tenía razones para destrozar aquel colectivo y que no tuvo intención de asesinar más que a su chofer, resultando la muerte de los otros trece seres vivientes, incluido el perro, un daño colateral.
Al dar su veredicto, dicho tribunal consideró de manera unánime, que era necesario aprovechar socialmente la ilimitada necesidad de romper las reglas de Javier permitiendo que su intolerable manera de proceder fuera funcional al control del cumplimiento de la ley.
Se lo declaró culpable de homicidio en primer grado agravado por el uso de misiles, de homicidio no intencional accidental de doce personas y un perro, portación ilegal de armas de películas de guerra y uso de un peinado ilegal. Se lo condenó asignándole un cargo en el control de tránsito de la ciudad y se le asignó la función, inicialmente, de controlar vehículos mal estacionados. Se le permitió proceder según sus métodos.
Ahí está Javier, si no tienen miopía lo pueden ver. Camina sereno por la vereda de una avenida. Se acerca a un auto estacionado ahí. Es lunes y ese auto no tendría que estar ahí. Acerquémonos. Ahora lo vemos mejor. Javier se sube a una escalera que aparece de repente. Está quitando un cartel de un poste. Prohibido estacionar días hábiles de siete a veintiuna, dice el cartel. Lo tiene en la mano. Se acerca al auto mal estacionado. El ruido es estridente. Javier tiene bastante fuerza. Ahora, cuando el dueño del auto vuelva, verá que el techo de su vehículo fue atravesado con un cartel. Nunca volverá a estacionar en un lugar no permitido.

lunes, 16 de julio de 2012

Estilo libre

Discusión

Tenés que subir todavía más el codo. Eso dijo Rodrigo, y Rodrigo, el otro, supo que tenía razón pero no pudo evitar sentir cierta molestia. No entendía por qué aquel se preocupaba tanto por los detalles de los movimientos de su cuerpo. Intentó subir un poco más el codo, no porque lo creyera útil sino más bien para evitarse la próxima corrección de Rodrigo. Así Rodrigo iba corrigiendo de a poco el movimiento de sus brazos.
Las piernas están un poco abajo. Tendrían que estar un poco más arriba y las rodillas deberían flexionarse un poco menos. Otra vez Rodrigo corrigiendo y Rodrigo, ya cansado de tanta atención puesta en los detalles pensó en otra cosa.
No estamos estirando bien el brazo al final y quizás tengamos que rotar un poco más el tronco. Rodrigo insistía con las correcciones. Así pensaba mover su cuerpo de una manera más eficiente reduciendo el cansancio. El otro Rodrigo ya no le prestaba atención.
Cuando giramos la cabeza nos hundimos un poco. No sé bien a qué se debe. Esto último lo dijo como preguntando, era claro que esperaba una respuesta de Rodrigo. Y entonces, el que se había distraído volvió a poner su atención en el cuerpo y después de pensar un poco propuso una solución.
Creo que cuando giramos la cabeza para respirar estamos rotando aún más el tronco y esto nos hace perder estabilidad. Pasa más cuando respiramos del lado derecho. Tratemos de girar la cabeza sin alterar el movimiento del tórax.
Así fue como Rodrigo, el que estaba aburrido y no quería tomarse la natación tan en serio, terminó corrigiendo al perfeccionista. Todavía ninguno de los dos había solucionado el problema cuando alcanzaron, al mismo tiempo, el final de la pileta.

jueves, 12 de julio de 2012

Cazando bosón

Metanoticia

El mundo supo no hace mucho tiempo, que un grupo de científicos tenaces y perseverantes, de esos que ostentan una sobredosis de paciencia y pudieron construir el acelerador de partículas más grande del planeta porque les prestaron mucha plata, después de haber congelado el subsuelo de Francia y Suiza y haber acelerado algunos protones a una velocidad muy cercana a la de la luz, tras romper el record de energía registrado por aparatos parecidos y alcanzar colisiones de 8 Tera electron Voltios (poco más de la mitad de la energía máxima que puede soportar) han encontrado una sombra que parece ser consistente con la existencia del bosón de Higgs.
Esto es muy alentador. Todos ustedes entienden, aún sin dedicarse a la física de partículas, que si algo hace sombra, existe. Así que quizás pronto pueda confirmarse el modelo estándar de la física cuántica. Una ecuación gigante que indica cómo se relacionan un montón de partículas muy pequeñas, que nadie puede ver, pero de las que estaríamos hechos. Incluso podría obtenerse alguna evidencia que respalde la supersimetría.
El problema está en que el bosón de Higgs es tan pero tan chiquito, que los científicos no pudieron meterlo en un frasco. Incluso logró atravesar las paredes del detector Atlas y salió volando al exterior. Esto, sin duda, va a complicar el asunto, ya que a pesar de que la partícula ya tiene pedido de captura internacional, las policías del mundo explicaron que no tendrán forma de verla y mucho menos, de ponerla en un frasco.
El más triste debería ser Higgs, quien en 1964 creó el bosón con un papel y un lápiz. Sin embargo él está tranquilo. Nunca lo van a agarrar, decae a los pocos segundos de la colisión, aseguró.

martes, 26 de junio de 2012

Discos con sal

Hecho

Necesito que juntos volvamos hacia atrás, muchos años. No a ese tiempo en que nosotros éramos chicos, mucho más atrás. Y para aterrizar de manera prolija en el pasado, vamos a irnos al año 1800, número redondo. Respetando la fecha, claro. Así que hoy es 26 de junio de 1800. Estamos en Londres y está lloviendo. ¿Cómo hicimos para llegar a las islas británicas? Al lado de viajar en el tiempo, es pan comido.
Se habrán dado cuenta de que estamos en un recinto donde pronto ocurrirá una audiencia. Hay mucha gente, toda fuera de moda, aunque los que desentonamos somos nosotros. Por las dudas, para no generar inconvenientes, apaguemos los celulares y metámonos la camisa adentro del pantalón.
Estamos por presenciar un evento histórico. La audiencia la organiza la Royal Society. Parece que un italiano, aún no muy famoso, mandó una carta en el mes de marzo. Sostiene haber desarrollado un artilugio que produce corriente eléctrica, sin enchufe. Aunque en estos tiempos, enchufes no hay en ninguna parte.
Hagamos silencio que ahí empiezan a leer la carta de Alejandro Volta. ¿Entienden ustedes? A mí el inglés me cuesta un poco, sobretodo cuando es tan antiguo. Aparentemente, Alejandro sostiene que si vos en tu casa ponés un disco de cinc y arriba un cartón con salmuera y arriba un disco de cobre y arriba un cartón con salmuera y arriba un disco de cinc y arriba un cartón con salmuera y así sucesivamente, armás una pila de discos de cobre, cinc y cartón. Cosa obvia. Lo raro es que si conectás un cable arriba de la pila y otro abajo y los juntás, salta una chispa.
Por la cara que acaban de poner todos los presentes, nadie se cree la carta de Alejandro. Aunque nosotros, que venimos del futuro, sabemos que dentro de unos años la tensión de los enchufes se medirá con su nombre y el planeta estará lleno de pilas de basura.

lunes, 25 de junio de 2012

Cero absoluto

Discusión

Es así, le insistía Rodrigo a su propia persona, los átomos de cualquier material se están sacudiendo todo el tiempo, incluso los de tu piel. Mirá si los átomos de mi piel van a estar temblando todo el tiempo, se contestó con fundamento, tendría muchas cosquillas.
La cara que puso Rodrigo, el primero, ese que usa más el hemisferio izquierdo del cerebro, era muy expresiva. Sentía que discutir consigo mismo, a veces resultaba algo extenuante y falto de sentido. Él sabía muy bien que los átomos bailan permanentemente pero no había forma de que Rodrigo, el otro, lo aceptara.
Mirá, siguió argumentando Rodrigo, pero el que usaba más el hemisferio derecho, no podés decir semejantes cosas así como así. Yo me miro la mano, y te aseguro que considero lo que me estás diciendo, pero mi piel está quietísima. Pero lo que se mueve son los átomos, lo interrumpe Rodrigo. Dejame terminar. Me he visto muchas veces la piel con una lupa, podemos mirarme la mano ahora con un microscopio. Pero no alcanza con eso, se impacientó Rodrigo. El microscopio óptico sólo amplía hasta mil veces. Yo estoy hablando de átomos.
Supongamos que te creo al menos por un momento, cedió el Rodrigo escéptico mientras señalaba la mesa de la cocina. Miremos esta mesa, dijo, supuestamente todos sus átomos se están sacudiendo. Ahora, desafió, ¿No te parece raro que si todos se están sacudiendo la mesa no se mueva? Para que la mesa esté así de quieta, ese movimiento que vos decís que hacen todos los átomos, tendría que estar compensado. Y puedo llegar a imaginarme átomos que se sacuden, pero no los veo charlando para ponerse de acuerdo.
Una leve puntada en la cabeza distrajo a los dos Rodrigos. Fue lo suficientemente fuerte como para que dejaran de hablar de átomos y fueran a hacerse la merienda.

sábado, 16 de junio de 2012

turbaecPinor

Anagrama

Cada uno tiene consciencia de un universo bastante más grande que uno, porque se sabe chiquito. Pero si es muy pequeño, quizás ese universo que considera también lo es, al menos en relación con otros. Acá está oscuro y no veríamos nada si no estuviéramos leyendo. Todo está quieto, pero a punto de moverse, en cámara lenta.
Ella no existe, hasta ahora. ¿La ven? Un golpe acaba de darle vida, como si se tratara de un dios externo al sistema. Ella ahora vive, pero no tiene tiempo de hacerse preguntas. Siente algo que la tira hacia arriba. Viaja muy rápido y cubre una distancia enorme o mínima, eso depende de la unidad de medida. Piensa que quizás no se detenga nunca, pero choca violentamente y rebota en sentido contrario. Ahora siente que la tiran hacia abajo. Choca otra vez. Vuelve para arriba.
Así está un rato, moviéndose con una velocidad constante, rebotando interminablemente. Le alcanza el tiempo para pensar un poco y creer que su existencia consiste simplemente en esto. Rebotar y rebotar sin detenerse. Pero justo en ese momento, las cosas se aceleran. Siente que se deforma. Como si viajara a otro planeta y fuera sometida a una aceleración gravitatoria diferente.
En seguida vuelve a sentir una deformación. Pero ahora tiene claro que se expande. Como un líquido al desparramarse por el suelo. Ya no rebota contra ningún lado, pero se deforma rítmicamente, un rato cóncava un rato convexa. Hasta que en un momento, empieza a crecer todavía más. Ahora lo hace en un solo sentido y empieza a tener miedo.
Ella entiende que cuanto más se estira, más cerca está de la muerte. Sin embargo, contra todos sus pronósticos, cuando ya no le queda resto, una parte de ella se mete por un túnel muy curioso. Atraviesa una pequeña membrana y viaja a través de una hilera de huesos. Se transforma en corriente eléctrica y queda alojada en el cerebro de alguien.

Cuando adentro de un piano, uno de los 88 martillos golpea una cuerda, produce una perturbación que viaja a través de ella con una velocidad determinada. El puente la transmite a la tabla acústica, que la suelta en el aire. El sonido decae rápidamente. Si la perturbación permaneciera en la cuerda, viviría mucho más tiempo. Aunque no la escucharía nadie.

viernes, 8 de junio de 2012

Por derecha

Ficción

Era un hombre de esos que se confundía los lados. De chico le costaba mucho acordarse de cuál de sus manos era la derecha y cuál la izquierda. Claro que se puede vivir tranquilamente con esta confusión, mientras no suceda ningún accidente.
Ya de grande, claramente adulto, pero no tan grande como para ser un viejo, se confundió por última vez. Y le damos importancia aquí al hecho de que aún no era viejo porque fue determinante en aquella tragedia. Seguramente la recuerdan, deben haberla visto en las noticias.
Este sujeto viajaba en ese tren que va por abajo de la tierra. Y como no era todavía viejo, nadie le había cedido el asiento. Estaba parado al final de uno de los vagones, apoyado en la pared. Ahí fue cuando pasó lo que no tenía que pasar. El tren se detuvo lentamente y se oyó la vos del conductor ordenando evacuar la formación. Había un principio de incendio en el tercer vagón y por alguna razón desconocida, las puertas no se abrían.
La gente se desesperó y el hombre que casi siempre se confundía de mano, notó que justo detrás de él había unos botones para usar en caso de emergencia. Unos que permitían abrir las puertas en forma manual. Rompa el vidrio, rezaba un cartel. Y con esto el adulto confundido no tuvo ningún problema, podía usar cualquiera de las dos manos para romper un vidrio.
El problema eran los botones. Uno abría las puertas de la derecha y otro las de la izquierda. En medio de aquel caos desesperado, el hombre no pudo entender que los botones abrían las puertas del mismo lado. Simple para nosotros, que ya no nos confundimos con estas cosas. El botón de la derecha, abre las puertas de la derecha.
El adulto se equivocó. Y como esos trenes que van por abajo de la tierra a veces están muy llenos, la gente salió del vagón, pero calló en la vía contraria. Después, lo único que se oyó fue un bocinazo.

viernes, 1 de junio de 2012

Factura aritmética

Divague

Así como le pasó a Gödel cuando intentando demostrar la perfección de la matemática terminó demostrando su incompletitud, di con otra ridiculez numérica mientras intentaba desarrollar una ecuación que permitiera representar, de forma aritmética, lo que sucede con el costo de las facturas y sus docenas.
Empecé designando una letra para representar a la factura, sin hacer diferencias entre medialunas, vigilantes y cañoncitos con dulce de leche. La letra f de factura se prestaba a confusión por ser usada mucho tiempo para representar funciones (f(x)). Así que me decidí por la n.
Me fui hasta la panadería y pregunté a cuánto estaba la factura. Dos pesos con cincuenta centavos, dijo desde atrás del mostrador una chica que, sin darse cuenta, era mensajera de un proceso inflacionario temible. No soy el único que recuerda aquel momento cuando con dos pesos con cincuenta podía comprarse más de media docena.
Escribí en un papel: n=$2,5. Tomando esta inconstante (sería una constante en el sentido científico si no hubiera inflación) uno puede saber rápidamente cuánto le cobrarán en la panadería por cualquier cantidad de facturas simplemente multiplicando el valor de n por dicha cantidad.
Es fácil darse cuenta de que para representar la docena de facturas sólo tenemos que recurrir a doce enes (12n). Y 12n es igual, si la inconstante n vale 2,5, a $30. Sí, un valor diez veces mayor que el que tenía la docena de facturas en tiempos pretéritos.
Entro a la panadería y elijo doce facturas. Voy a la caja y le pago justo. Me estoy yendo cuando me gritan. Te olvidás el vuelto, me dicen. ¿Qué vuelto? La docena sale treinta pesos. No, me responde el señor de la caja, la docena está 27,50. Si lleva doce, le descontamos una.
Ahora sí que estoy en problemas. Resulta que 12n es distinto de doce por ene. Y lo que es mucho peor, 12n = 12n - n. Con esto alcanza para dejar claro que la matemática aún no está lista para soportar las variables del marketing.

lunes, 28 de mayo de 2012

Misil injusto

Trasgresión

Siempre supimos que Javier, el trasgresor, estaba loco. Sin embargo, de todas las trasgresiones que había cometido hasta hace pocos días, ninguna se parece a la última. A partir de hoy, ya no podremos verlo como un personaje pintoresco en una historia llena de humor.
Iba él caminado por una vereda cualquiera de una calle cualquiera. Llevaba un tubo negro, muy parecido a ese que usan los estudiantes de arquitectura para llevar sus planos. Estudiantes tienen que ser, porque a los arquitectos recibidos se les permite transportar sus diseños en formatos digitales.
En un momento se detuvo al lado de un poste negro. Uno de esos que tienen un número arriba de todo. Un número que representa a una línea con la que se representa a un recorrido que realiza un vehículo de transporte público. Así Javier esperaba un coche de la peor línea de colectivos de Buenos Aires.
No es nuestra intención aquí defender a los colectiveros. No hace falta más que pararse en una esquina cinco minutos para saber que manejan muy mal y que no respetan ni un poquito ni a las leyes de tránsito ni a sus pasajeros. Es, justamente, a los pasajeros a quienes tenemos que defender.
Javier hace una seña con la mano. Le está pidiendo al vehículo que se detenga y le permita subir. El colectivo no para. Esto sucede muchas veces en Buenos Aires. No es la primera vez que un chofer se hace el idiota y se pasa de largo una parada.
El trasgresor pone una cara de odio terrible. Nos asusta. Por suerte no nos está mirando a los ojos, eso nos haría temblar de terror. Levanta el tubo negro que tiene en las manos y se lo pone sobre el hombro. Vemos un fogonazo.
Un misil pequeño sale del tubo negro, vuela propulsado por un humo blanco que simboliza cualquier cosa menos la paz, alcanza muy rápido el colectivo que acaba de pasar de largo. La explosión destruye mucho más que un colectivo. Muerte merecida para el chofer pero cruelmente arbitraria para con los pasajeros. Javier vuelve a levantar la mano, pero el nuevo colectivo ya no se anima a seguir con el recorrido.

viernes, 25 de mayo de 2012

Estornudo coordinado

Divague

En los últimos días, la ciudad de Buenos Aires ha sufrido un estado de nubosidad permanente. Es fácil entender que esto, sobre todo en época invernal, trae consigo problemas de gravedad. Quizás uno pueda acostumbrarse al mal humor de la gente, causado por esa ley natural intrínseca, que aún sin estar redactada en código alguno sigue siendo incuestionable: nadie tiene ganas de levantarse de la cama si el día está feo. Pero la crisis de ropa que producen la nubosidad y la amenaza de lluvia constante es la peor de las torturas urbanas.
Nada impide que laves la ropa, ya sé. Pero no se seca. Uno la puede dejar colgada, pero si no seca, no te la podés poner. Cualquier guardarropa tolera unos dos o tres días sin lavar, pero no una semana. Uno tiene que empezar a vestirse todos los días igual, y a veces, no queda bien. Parece no tener sentido que nosotros, que tenemos en nuestras manos celulares inteligentes y podemos dar la vuelta al mundo en cuarenta y ocho horas, todavía no podamos correr las nube de lugar.
En otro de mis momentos de genialidad, creo haber concebido la forma de despejar el cielo en casos como este. No es una idea de fácil aplicación, requiere de un gran esfuerzo de coordinación masiva. Se trata de hacer un aprovechamiento racional del estornudo. Todos nosotros, sin distinción de razas, edades o colores, estornudamos. Despedimos un poco de aire desde adentro a una velocidad cercana a los ciento sesenta kilómetros por hora. Lo único que tenemos que hacer es mirar todos para el mismo lado y estornudar al mismo tiempo.
Ahora bien, pueden pasar tres cosas, todas ellas dependen del álguno de proyección del estornudo masivo en la atmósfera. En caso de que pudiéramos estornudar hacia arriba, cosa anatómicamente difícil, tal vez podríamos subir las nubes una distancia suficiente como para que la diferencia de presión del aire que las rodea las obligue a precipitar. Si dirigiéramos un estornudo oblicuo, sin duda habría una pérdida de energía enorme. Pero si lográramos estornudar todos juntos en dirección paralela al suelo, la masa de aire por debajo de la nube alcanzaría una velocidad mayor que aquella que está por encima. Es fácil, basándonos en el principio de Bernoulli, saber que sucedería después. La nube sufriría un empuje vertical descendente y cuando alcanzara el suelo, podríamos empujarla por nuestros propios medios.

martes, 22 de mayo de 2012

Doblar volando

Hecho

No hace tanto frío por estos lados. Estamos justo al lado de dos señores vestidos a la antigua. Y no es que estén fuera de moda, somos nosotros los que acabamos de forzar las propiedades del tiempo y reaparecimos en 1906. Nos sobra el abrigo que trajimos desde el hemisferio sur. Lamentablemente, no encontramos el perchero ni tenemos un inglés de principios del siglo pasado fluido como para preguntarle a alguien dónde está. Es más, si supiéramos donde se encuentra, quizás no nos animáramos a colgar nuestras camperas sintéticas junto a semejantes sobretodos. Ni que hablar de los sombreros.
Los dos señores están tranquilos, es que no saben que hoy es un gran día para ellos. Están a punto de confirmar un paso importante en su lucha por hacer posible que el ser humano viaje por el aire. Orville y Wilbur hace años que vienen haciéndose tiempo para diseñar un aeroplano eficiente. Podría decirse incluso, que desde hace unos años, arreglan cada vez menos bicicletas. Más bien usan el taller para construir aparatos enormes con alas. Ya pasaron más de dos años desde que volaron por primera vez el primer prototipo con motor. Aunque parezca imposible, ellos mismos hicieron el motor. Armaron toda una estructura con madera de pino y la cubrieron con tela de algodón, para después ponerle encima una buena cantidad de metal, pistones y cilindros.
A esta altura no tienen que demostrarse nada. Ya han volado ese prototipo y otros también. Lo que esperan ahora, es un trámite burocrático. Es que varios meses antes de volar el primer prototipo, los hermanos Wright presentaron una solicitud de patente para un novedoso sistema de control de vuelo que probaron en un rústico planeador. Ellos no están apurados, pero la historia debería estarlo. No es difícil entender lo ridículo que podría ser para un estado, otorgar la patente a Orville y Wilbur cuando ya existan los vuelos comerciales.
Oímos a alguien que viene corriendo. Se asoma por la ventana y les grita a los señores vestidos de época. Ya está, les grita en inglés desactualizado, les otorgaron la patente, 821393. Suficiente para un 22 de mayo. Podemos volver a nuestro tiempo aunque nos cueste entender por qué una patente trae un número de teléfono.

martes, 15 de mayo de 2012

Super Alcira

Ficción

Esta historia está basada en hechos reales. Sin embargo, no será del todo real. Es que yo, el relator que todo lo sabe, me niego a renunciar a lo fantástico. Tendrán que vivir con la duda. Nunca sabrán ustedes, lectores activos, hasta qué punto ocurrió en el mundo real. No será grave, porque esta historia que están a punto de leer, como dijo un famoso escritor español que casi nadie conoce, es una de esas que hacen posible la realidad.
Ya pueden ver a Rocío. Está parada ahí, cerca de esa escalinata enorme. Supongo que ya saben dónde estamos. No hay muchas escaleras como esa en Buenos Aires. Se impone en el paisaje ese gran edificio que contiene a muchísimos estudiantes de derecho. También a unos cuantos profesores. Personal administrativo, mantenimiento y seguridad.
Rocío camina hacia la parada del colectivo cuya línea puede representarse con el producto de nuestra cantidad de dedos por nuestra cantidad de ojos (tomando en cuenta el tercero) por la cantidad de orejas, más la mitad de nuestra cantidad de dedos. Ese que va a Munro.
Sucede que Rocío da un paso. Da otro. Pero rápidamente notamos que su calzado no es de una calidad extrema. Nos damos cuenta de que su ojota derecha se acaba de romper. Estamos lejos como para ver la ojota. Pero la cara de fastidio de Rocío se ve de lejos. La pobre supone que va a tener que irse descalza a la casa. Y en una ciudad como esta, uno siempre puede pisar un vidrio.
Y ahora, ¿quién podrá ayudarme? Rocío podría haber pensado eso. En cuyo caso hubiera aparecido el chapulín colorado. Pero no pensó nada. Así que apareció super Alcira. No pudimos ver desde dónde vino. Realmente difícil pescarle los secretos a los super héroes. Tiene un antifaz llamativo y no tiene capa. Tiene una cola de vestido de novia. También una cartera bastante grande.
Super Alcira saca un costurero y ante la mirada estupefacta de Rocío, que no puede procesar todo tan rápido, arregla la ojota dañada con hilo y aguja. Cuando termina, mira a Rocío con ternura y le sonríe. Se va volando, después de sacar de su cartera un minicohete de combustible híbrido (los ingenieros aeroespaciales saben de qué hablo). Rocío no comprende de dónde salió super Alcira, pero está de mejor humor ahora, con la ojota reparada.

lunes, 7 de mayo de 2012

Con coro

Hecho

No hace mucho frío. Plena primavera en Viena. Como que no están en Viena. Vengan rápido. Claro, como dije, está lindo el clima acá en Austria. ¿Qué tengo en las manos? Unas entradas para el concierto que hay acá a unas cuadras. No sé qué orquesta toca.
Aparentemente tocan por primera vez la última sinfonía escrita por un compositor que está casi completamente sordo. Sí, se llama Beethoven. Pero qué lector más culto. Dicen que últimamente está escribiendo cualquier cosa. Me crucé con alguien que todavía seguía enojado con sus últimas sonatas para piano. Me dio sus razones pero no lo entendí. Hice un esfuerzo, pero no hablo alemán. Bueno, apuremos el paso que no queremos llegar tarde.
Ya está por empezar. Están todos los músicos ubicados. Son muy elegantes estos tipos. El público nos está mirando un poco raro, mejor apaguemos los celulares. Ahí empieza. Es algo gracioso el comienzo. Está bien, hago silencio. Así vos podés escuchar pero yo no puedo escribir.
Los aplausos me aturden un poco, salgamos. La verdad que ha sido un concierto interesante. Esta sinfonía tiene mucha potencia. Aunque pensé que obras como éstas no tenían coro. Duró como una hora. Eso es bastante tiempo, aunque la gente en este siglo no vive tan apurada.
Vamos a esperar a que salga Ludwig Van, así lo saludamos. Se merece una felicitación. La verdad que escribir todas esas notas a mano es una prueba de resistencia muscular. Debe tener problemas con el túnel carpiano. ¡Ahí está! Corramos. Maestro, quería decirle que su obra me pareció una genialidad. No me entendió nada. No sé si fue la sordera o el español.
Podemos volver al siglo veintiuno. Suficiente rato en 1824.

sábado, 28 de abril de 2012

naueQ

Anagrama

No se ve mucho en donde estamos. Pero podemos ver un poco gracias a la tenue luz que consigue filtrarse por algunos agujeros. Nos encontramos en una especie de cañería. Parece ser muy larga, aunque eso depende un poco de nuestro tamaño. En todo caso, nosotras somos mucho más chicas que el tubo. Podemos ver a la distancia una serie de agujeros, bastante alineados. Casi podemos asegurar que esta caño que nos cobija está abierto por ambos extremos.
Nos llama la atención una sombra. Uno de los extremos del tubo ahora está obstruido. ¿Sintieron eso? Es un ruido extraño. ¡Tengo cosquillas! Algo está intentando empujarme. Estoy un poco asustada. ¡Otra vez! Siento una serie de sacudones desordenados. Estoy realmente incómoda. Los sacudones son cada vez más amplios, pero más ordenados también.
Ya no se escucha un ruido. Arriesgaría que puede oírse un tono. Mientras tanto, yo me sacudo, pero ahora lo hago ordenadamente. ¡Algo pasa! La velocidad de los sacudones no es siempre la misma. Curiosamente, cuando cambia la frecuencia de mis sacudones, escucho distintos tonos. En este mundo suceden muchas cosas extrañas.
Se hace difícil contarles que pasa cuando me muevo tanto. ¿Vieron eso? El cambio en la velocidad de nuestros sacudones no sólo parece estar relacionado con el tono que se escucha, también con la cantidad de luz adentro del tubo. Es como si alguien estuviera tapando y destapando los agujeros de la cañería. Volvió el silencio. Ahora estoy quieta. Estoy más cómoda, pero ya no tengo nada interesante que decir.

Cuando el instrumentista sopla sobre la embocadura de una quena, las moléculas de aire en su interior entran en resonancia. La frecuencia con que lo hacen depende del largo real del tubo. El instrumentista modifica la extensión de la columna de aire tapando y destapando agujeros.

martes, 24 de abril de 2012

Nuez mortal

Ficción

El asesino de los refranes se sentía incomprendido. Creía que la policía estaba restando importancia a los escenarios que había preparado en sus dos anteriores homicidios. Y tenía bastante razón. En el caso del político muerto por un dardo envenenado, disparado por una escultura de un caballo con los dientes rotos, la policía no había comprendido el dicho popular subyacente al crimen. Aún cuando en su segunda víctima, el asesino serial había dejado una nota en la nariz de la víctima con el refrán que había inspirado el homicidio, la policía lo tomó como una broma. Así que, este frustrado artista de la muerte, se vio obligado a proceder de una manera mucho más obvia.
Eligió a su víctima con cuidado. No necesitaba que se dedicara a nada en especial, sólo que fuera adicto a las nueces. Recordó en seguida que tenía un primo que cumplía esta condición. Lo descartó por dos razones. El afecto que le tenía y los vínculos familiares que podrían vincularlo con el futuro delito.
Finalmente encontró a alguien. Lo ubicó en un comercio que vendía nueces. Lo supo inmediatamente, el cliente había comprado más de un kilogramo de la fruta seca. Lo siguió para saber a dónde estaba su casa y descubrió que el hombre hacía todo un ritual con las nueces. Las ponía en un pequeño platito y las ingería mientras escuchaba música clásica sentado en su escritorio.
Al otro día, el asesino esperó que la víctima saliera de su casa y se las arregló para entrar a la casa. Había pasado los últimos meses estudiando cerrajería. Así fue hasta el escritorio y preparó todo.
Ya era de noche cuando el hombre de las nueces entró a su casa. Fue hasta el escritorio y le sorprendió que hubiera unas pocas nueces ya dispuestas sobre él. No sospechó nada. Se sentó y se metió la primera fruta seca envenenada en la boca. Prendió el equipo de audio y se sobresaltó. Por los parlantes, no salía ninguna sinfonía de Beethoven. Sonaba una obra terrible, ruidosa y estridente. Muy probablemente música contemporánea.
Cuando a la mañana siguiente la policía entró a ver por qué hacía tanto tiempo que sonaba esa música en la casa, encontró al hombre muerto en su silla, mucho ruido y pocas nueces. Pero hasta que llamaron a Tomás, el mejor detective de la historia de la literatura, no entendieron nada. El detective comprendió en seguida. Es claro, dijo, mucho ruido y pocas nueces. Estamos ante un asesino que basa sus crímenes en dichos populares. Ahora hay que buscar otras víctimas.

domingo, 15 de abril de 2012

erNoúnas

Anagrama

¡Ahí! ¿Vieron? Sí, como una chispita que pasó de un lado al otro. Es muy difícil decir de qué se trata viendo desde tan cerca, tenemos muy poca idea del contexto. Pero podemos asegurar haber visto la chispa. Aunque podemos acercarnos todavía más.
Estas tres cosas, les decimos cosas por no saber bien qué son, ahora se ven un poco transparentes. Podemos ver lo que tienen adentro. Tienen formas extrañas, bastante irregulares, bordes difusos. Contienen unas pelotitas que cada tanto escupen.
Ahora se entiende todo. La cosa de un lado escupe estas pelotitas y la que está en el otro extremo las recibe. La tercera cosa también escupe sus pelotitas, pero no parecen ser para lo mismo. Después se producen las chispas. Estas pelotitas deben estar cargadas.
Quizás nos puedan explicar qué es lo que vemos. ¡Eh! ¿Por qué escupen tantas pelotitas? La primera cosa de las tres nos mira extrañada. No sé qué es una pelotita, dice. Eso, eso que te sale. No entiende muy bien, no parece muy inteligente. No entiendo, dice, no sé qué quiere decir eso de que te sale. Evidentemente no sirve de mucho preguntar.
Lo cierto es que siguen volando pelotitas para todos lados. Y depués salen chispas. Aunque saber esto, no sé para qué nos puede servir.

Las neuronas se comunican mediante impulsos eléctricos. Para controlar estos impulsos liberan y absorven algunas moléculas (neurotransmisores).

jueves, 5 de abril de 2012

Ciudad y viento

Divague

A veces la naturaleza decide dejar claro quién tiene el control sobre la historia. De golpe llueve y soplan vientos de exagerada velocidad y todo eso que el hombre hace creyendo fuerte, como las torres de hormigón que sostienen cables de alta tensión y los techos de las estaciones de servicio, parecen papelitos. Se retuercen, se quiebran, provocan destrozos. Y nos quedamos sin luz.
Mientras dormía se me ocurrió algo. Y esto quizás vaya en contra de la hipótesis del desaprendizaje de Crick. Con los actuales conocimientos cuánticos podríamos solucionar problemas como la lluvia y el viento. No tenemos dudas de que la lluvia es agua que cae del cielo. Sabemos que el viento es aire en movimiento. Aire que está hecho de átomos de distintos gases.
Propongo que los habitantes de Buenos Aires enviemos una carta a los hombres que controlan el gran colisionador de hadrones. Tenemos que convencerlos de que retrasen la búsqueda del bosón de Higgs y se pongan a fabricar antimateria. Más precisamente antiagua y antiaire.
Si nos enviaran una buena porción de estos elementos antes del próximo temporal, podríamos simplemente arrojar una cucharita de estas anticosas por la ciudad y los problemas ocasionados por el viento y la lluvia desaparecerían. Mi evaluación preliminar estima, con suma imprecisión, que de poner en acción este plan cuántico, los átomos del viento y la lluvia se desvanecerían antes de retorcer techos de chapa. Claro que no podría evitarse que como subproducto de esta reacción física se produzca una radiación desmedida capaz de ocasionar algunos problemas colaterales, como la muerte o mutaciones genéticas impredecibles.

jueves, 29 de marzo de 2012

Larga distancia

Ficción

Un señor cualquiera iba caminando por la calle, cuando un hombre orbitado por misterio le dijo algo terrible. Disculpe señor, pero lo voy a matar. Lo dijo con tranquilidad. Con una serenidad que hacía ver que no podía tratarse de una falsa amenaza. El destinatario de este mensaje macabro se asustó, pero al ver que el miterioso sujeto se quedaba quieto, se fue tranquilizando a medida que se alejaba.
El señor se subió a un colectivo. Y fue haciendo gimnasia. Es que los choferes de Buenos Aires siempre aceleran y frenan a lo bestia. Obligando a los músculos del brazo a tensionarse de manera intermitente. Podríamos hablar mucho sobre los choferes y lo mal que manejan, pero estamos leyendo esto, ustedes y yo, porque yo no puedo evitar leer mientras escribo, para conocer la historia de este señor, quien acaba de ser amenazado de muerte.
Por suerte, leer es más rápido que cruzar la ciudad de los piquetes. Recién, el señor bajó del colectivo y dobló en la esquina. Ahora camina hacia el oeste, con celeridad. Es un tipo muy atento, siempre mira hacia ambos lados antes de cruzar. Lo que no vio todavía es una sombra que está a unos 50 metros por delante de él. Es la sombra de un hombre. Nosotros, mirando a través del árbol que le sirve de escondite, reconocemos inmediatamente al hombre orbitado por misterio.
Cuando el señor alcanza el árbol, en seguida se da cuenta de que a su lado, parado de manera muy elegante, está el hombre que lo amenazó, como a ocho o nueve kilómetros de distancia. El asesino se acerca con una daga en la mano derecha y la introduce en el tórax de la víctima. Sale mucha sangre. Aún más sangre.
Cuando la policía llegue al lugar encontrará una nota pegada con cinta adhesiva a la nariz de la víctima. Del dicho al hecho, hay mucho trecho. Una vez más, ha matado el asesino de los refranes.

viernes, 23 de marzo de 2012

MIRá

Hecho

Hoy es 23 de marzo de 2001. No, no se confundan. De 2001. Si no están cómodos con haber viajado en el tiempo, les pido disculpas. Pero a esta altura deberían saber muy bien que con la literatura no se juega.
Ahora necesito que me acompañen. Es un viaje bastante largo. No, no vamos a usar ningún avión. Ahí les dejé sus tubos de oxígeno. No, tampoco vamos a sumergirnos en el agua. ¿Ya se ajustaron bien todo? Miren que bien que les queda, elegí bien el talle de los tanques. Entremos a este cubículo presurizado. Vamos, anímense. Tiene varios sillones y aire acondicionado. Sí, estamos justo encima de una catapulta medieval gigante.
No todos los días hacemos excursiones espaciales. Nos movemos a miles de kilómetros por hora. Ya no se encuentran catapultas como esa. Estamos persiguiendo un rejunte de fierros orbitales. Ahí está. ¿La ven? ¿No la reconocen? Es la estación espacial MIR. No, ese es un satélite de órbita polar, un poco más lejos, allá al fondo.
Justo ahora vamos a ver cómo se desintegra. No se asusten, no le pusieron ninguna bomba nuclear. Simplemente se va a caer. La atmósfera de nuestro planeta la destruirá sin compasión. Ya hace chispas. Vean cómo se desintegra. Desde abajo, si estuviéramos flotando en el océano, podríamos ver un montón de microasteroides hechos de basura.
Fue una linda experiencia. ¿Cómo? ¿Si este cubículo presurizado tiene protección contra incendios? La verdad no pensé en eso. Sí, es un problema. Bueno, es hora de pedir últimos deseos. En pocos minutos, todos moriremos incinerados.