jueves, 29 de marzo de 2012

Larga distancia

Ficción

Un señor cualquiera iba caminando por la calle, cuando un hombre orbitado por misterio le dijo algo terrible. Disculpe señor, pero lo voy a matar. Lo dijo con tranquilidad. Con una serenidad que hacía ver que no podía tratarse de una falsa amenaza. El destinatario de este mensaje macabro se asustó, pero al ver que el miterioso sujeto se quedaba quieto, se fue tranquilizando a medida que se alejaba.
El señor se subió a un colectivo. Y fue haciendo gimnasia. Es que los choferes de Buenos Aires siempre aceleran y frenan a lo bestia. Obligando a los músculos del brazo a tensionarse de manera intermitente. Podríamos hablar mucho sobre los choferes y lo mal que manejan, pero estamos leyendo esto, ustedes y yo, porque yo no puedo evitar leer mientras escribo, para conocer la historia de este señor, quien acaba de ser amenazado de muerte.
Por suerte, leer es más rápido que cruzar la ciudad de los piquetes. Recién, el señor bajó del colectivo y dobló en la esquina. Ahora camina hacia el oeste, con celeridad. Es un tipo muy atento, siempre mira hacia ambos lados antes de cruzar. Lo que no vio todavía es una sombra que está a unos 50 metros por delante de él. Es la sombra de un hombre. Nosotros, mirando a través del árbol que le sirve de escondite, reconocemos inmediatamente al hombre orbitado por misterio.
Cuando el señor alcanza el árbol, en seguida se da cuenta de que a su lado, parado de manera muy elegante, está el hombre que lo amenazó, como a ocho o nueve kilómetros de distancia. El asesino se acerca con una daga en la mano derecha y la introduce en el tórax de la víctima. Sale mucha sangre. Aún más sangre.
Cuando la policía llegue al lugar encontrará una nota pegada con cinta adhesiva a la nariz de la víctima. Del dicho al hecho, hay mucho trecho. Una vez más, ha matado el asesino de los refranes.

viernes, 23 de marzo de 2012

MIRá

Hecho

Hoy es 23 de marzo de 2001. No, no se confundan. De 2001. Si no están cómodos con haber viajado en el tiempo, les pido disculpas. Pero a esta altura deberían saber muy bien que con la literatura no se juega.
Ahora necesito que me acompañen. Es un viaje bastante largo. No, no vamos a usar ningún avión. Ahí les dejé sus tubos de oxígeno. No, tampoco vamos a sumergirnos en el agua. ¿Ya se ajustaron bien todo? Miren que bien que les queda, elegí bien el talle de los tanques. Entremos a este cubículo presurizado. Vamos, anímense. Tiene varios sillones y aire acondicionado. Sí, estamos justo encima de una catapulta medieval gigante.
No todos los días hacemos excursiones espaciales. Nos movemos a miles de kilómetros por hora. Ya no se encuentran catapultas como esa. Estamos persiguiendo un rejunte de fierros orbitales. Ahí está. ¿La ven? ¿No la reconocen? Es la estación espacial MIR. No, ese es un satélite de órbita polar, un poco más lejos, allá al fondo.
Justo ahora vamos a ver cómo se desintegra. No se asusten, no le pusieron ninguna bomba nuclear. Simplemente se va a caer. La atmósfera de nuestro planeta la destruirá sin compasión. Ya hace chispas. Vean cómo se desintegra. Desde abajo, si estuviéramos flotando en el océano, podríamos ver un montón de microasteroides hechos de basura.
Fue una linda experiencia. ¿Cómo? ¿Si este cubículo presurizado tiene protección contra incendios? La verdad no pensé en eso. Sí, es un problema. Bueno, es hora de pedir últimos deseos. En pocos minutos, todos moriremos incinerados.

lunes, 12 de marzo de 2012

Muerte y refrán

Ficción

Él había decidido dedicarse al homicidio serial. Había soñado desde chiquito con eso. Quería matar mucha gente, pero respetando algún tipo de criterio. Le resultó muy difícil decidirse por uno. Es que quería que fuera original y ya habían existido otros muchos asesinos seriales. Descuartizar a sus víctimas no era algo para nada nuevo. Ahorcarlas estaba gastado.
Tanto tardó en encontrar sus propios criterios homicidas, que tuvo que trabajar unos años en una fábrica antes de dedicarse a su verdadera vocación. Creía que en nuestros días, el hilo conductor de sus asesinatos debía ser conceptual. No porque el fuera fanático del pensamiento abstracto, sino porque el arte ya había instaurado esta idea en el siglo anterior.
Una tarde, mientras volvió a su casa, se le ocurrió basar sus asesinatos en dichos populares. El homicidio de cada una de sus víctimas tenía que inspirarse en un refrán. Estuvo días diseñando el plan de su debut criminal. No eligió a la víctima con demasiado detalle. Se concentró sobre todo en el método y la fundamentación del homicidio.
Preparó con paciencia una pequeña escultura, de unos 30 centímetros de altura. La puso en una caja y la dejó en la puerta de una casa. La casa de un diputado. Pensó en empezar matando políticos porque no le parecía bien quitarle al mundo otras personas mucho más útiles.
El legislador de la nación se sorprendió. No consideró la posibilidad de que aquella caja presentara riesgo alguno. La apoyó en su escritorio y la abrió. Observó la escultura con curiosidad. Era un caballo, probablemente árabe, muy elegante. Estaba parado en las dos patas traseras y abría la boca como relinchando.
Algo llamó la atención del político. El caballo tenía un diente roto. Acercó su cara a la escultura y apenas toco sus dientes, un dardo envenenado salió de la nada y se le clavó en el ojo izquierdo. El diputado gritó fuerte. En pocos minutos estaba muerto.
Así debía ser. A caballo regalado, no se le miran los dientes.

viernes, 9 de marzo de 2012

Libro nuevo

Metanoticia

Es difícil relatar lo sucedido en un barrio de Buenos Aires. Al parecer, todo lo ocurrido es culpa de un libro. Un libro de cuentos publicado por Rodrigo Valla, un tipo desconocido, que entre otras cosas, es el autor de este mismo texto que usted está leyendo. Se trata de un volumen titulado Rosatel Nagodramasa. Creen que sería la causa de todos los desastres ficcionales que sucedieron en la ciudad.
Durante la tarde de ayer, una persona cercana a este tal Rodrigo, habría abierto las tapas de su libro para comenzar a leerlo. Inmediatamente, un montón de cosas comenzaron a salir para afuera. Muchas de ellas, provocaron grandes incomodidades.
Entre todas las cosas extrañas que sucedieron, pudieron verse un montón de piezas de ajedrez gigantes que se asesinaban unas a otras en un parque público. Una piedrita insignificante se presentó en la justicia, denunciando que un tal Javier la había arrojado al río y reclamando que se tomen las medidas correspondientes. Una perla se mostró muy confundida al verse afuera del libro, dijo preferir quedarse adentro. Una hormiga salió de la página 27 e intentó desesperadamente salvar su vida, pero alguien le dio un pisotón. Lo peor vino al final, cuando desde las últimas páginas, surgió un zumbido grave e intenso que provocó un terremoto de 7 en la escala de Richter.
La policía no supo bien qué hacer. La justicia menos. Por el momento, sólo se arrestó al autor de todos estos desastres para que rinda cuentas al estado nacional. Rodrigo Valla aún no ha podido ser entrevistado por este medio por encontrarse incomunicado.