jueves, 23 de agosto de 2012

Método colectivo

Divague

Además de establecer distintas leyes naturales y desarrollar herramientas para el análisis cuantitativo de los distintos fenómenos que estudia, la ciencia también debería hacerse cargo de solucionar aquellos que resulten socialmente incómodos. Y no hablo únicamente de encontrar la cura para el cáncer, sino también de aquellos problemas menores que afectan la comodidad de todos.
Así es como tras haber logrado establecer con claridad una posible forma de cuantificar el grado de injusticia sufrido por cualquier pasajero durante un viaje en colectivo al no poder sentarse, ahora estoy en condiciones de proponer un método bastante simple, que en teoría, permitiría reducir considerablemente la amplitud de la injusticia (la diferencia porcentual de tiempo de viaje sentado entre el pasajero con más suerte y aquel más desafortunado).
Cuando un pasajero sube al colectivo, abona su pasaje con una tarjeta magnética. Ahora bien, además de debitar de su tarjeta el importe correspondiente, la máquina podría asignarle al pasajero un número de turno. Cada asiento estaría equipado con un sensor para detectar si tiene o no pasajeros encima. Entonces, una vez que todos los asientos se ocupan, el sistema comenzaría a repartir los asientos que vayan liberándose siguiendo el orden de los turnos. La aplicación de este sistema permitiría que siempre se siente el pasajero que más tiempo lleva parado.
Surgen de aquí dos posibles problemas. El primero tiene que ver con aquellos pasajeros que cuentan, por presentar capacidades reducidas de movilidad, con prioridad a la hora de sentarse. Esto podría solucionarse agregando a la tarjeta magnética con la que se paga el pasaje esta información. Así, cada vez que suba al colectivo un rengo, el sistema podría otorgarle un turno prioritario.
Existen otras dos situaciones problemáticas. Si todos los asientos se ocupan en un primero momento por pasajeros que realizan el recorrido completo, al final del viaje ellos habrán estado sentados el cien por ciento del tiempo, mientras que los que hubieran realizado distancias más cortas, el cero por ciento. Este inconveniente puede solucionarse, arbitrariamente, estableciendo una nueva norma que otorgue prioridad a aquellos pasajeros que viajen durante trayectos más cortos.

martes, 21 de agosto de 2012

Genocidio natural

Hecho

Esta vez vamos a viajar en el tiempo con algunas precauciones. Así que todos agarren su tanque de oxígeno y pónganse la máscara inmediatamente. ¿Vieron cuántas cosquillas? La materia tiembla un poco cuando se manipulan de esta forma las leyes de la física.
Ya estamos en 1986. Es el vigésimo primer día de agosto. Y aún cuando todos partimos de distintos lugares, porque yo no estaba en sus casas ni ustedes frente a mi computadora, ahora estamos todos en Camerún. Está a punto de suceder algo terrible.
Estamos en un poblado y sí que parece normal. Caminamos por sus calles y la gente nos mira muy raro. Y no es que vengamos del futuro, les llama la atención que tengamos puestas las máscaras de oxígeno.
Ya son las nueve de la noche. El desastre acaba de comenzar. No, no hubo ningún ruido. Tampoco tiembla la tierra. Es que no van a sentir nada. Quizás sea mejor que nos tiremos a dormir un rato. Sí, acá mismo, pero no se saquen las máscaras de oxígeno.
En otra situación, seguramente sería lindo ver como todo comienza a iluminarse con la salida del sol, pero hoy es distinto. A medida que sube, la estrella alrededor de la cual nos pasamos la vida girando, ilumina un pueblo en el que no queda casi nadie vivo.
Acá cerca hay un lago al que llaman Nyos. No es más que un montón de agua envasada en el cráter de un volcán que supera los tres mil metros sobre el nivel de mar. Ayer por la noche, cuando nosotros llegamos, liberó enormes cantidades de dióxido de carbono. El gas, por ser bastante pesado, se mantuvo muy cerca del suelo. Asfixio a casi todo el pueblo.
Presenciamos un evento histórico, aunque no de los más bonitos. Podríamos ponernos a contar los muertos pero nos va a llevar tiempo. Son mil ochocientos.

viernes, 17 de agosto de 2012

Injusticia colectiva

Divague

Una de las más grandes injusticias de esta vida, sin exagerar, es la forma en la que se distribuyen los asientos del transporte público. Descartando a aquellas personas que siempre se sientan gracias a ciertas normas que les garantizan el derecho a apoyar la cola en un banquito, como abuelos y embarazadas, todos sufrimos alguna vez la situación que me dispongo a relatar.
Colectivo medio lleno. Subimos. Todos los asientos están ocupados. Tenemos que quedarnos parados, justo el día en que por haber caminado mucho, no sentimos las piernas. Desesperadamente intentamos adivinar quién se bajará primero. Nos paramos cerca de alguien que tiene cara de me estoy bajando. No se baja. Alguien se mueve en su asiento, como preparándose para descender. Nos acercamos tímidamente. Tampoco baja. Pasa el tiempo y el colectivo avanza. Sube más gente, que se para cerca de otros pasajeros sentados. Todos aquellos se bajan antes que el nuestro. Ellos se sientan antes que nosotros.
Considerando al colectivo como un único sistema inercial, en el cual pueden descartarse diferencias en el intervalo temporal para todos los pasajeros por estar moviéndose todos juntos a la misma velocidad, puede medirse no sólo el tiempo absoluto de viaje para cada pasajero sino también el tiempo durante el cual, éste viajó sentado.
Ahora bien, si bien no todos los pasajeros recorren las mismas distancias, valiéndonos de los tiempos cronometrados de viaje y permanencia en el asiento, podemos obtener fácilmente el porcentaje de comodidad para cada pasajero (tiempo sentado x 100 / tiempo de viaje). Así obtenemos, finalmente, el índice de confort para cada pasajero durante un cierto recorrido de un colectivo determinado. Ordenando los valores obtenidos de menor a mayor, podemos establecer el ranking de injusticia para dicho recorrido.

viernes, 10 de agosto de 2012

Super Mariano

Ficción

Lo más común de ver en las películas, es que mucha gente distinta tenga muchos problemas distintos y exista un único superhéroe para resolverlos todos. Es bastante ridículo suponer que cualquier superhéroe no sufre los mismos condicionamientos sociales que las personas normales. Sabemos que hace muchísimos años, había médicos que se hacían cargo de todos los problemas de salud. Pero pasaron los años y aparecieron, por ejemplo, los traumatólogos. Y después los deportólogos. Y ahora existen especialistas en rodilla. Con los superhéroes sucede lo mismo, hoy tienen sus especialidades.
Rocío, una estudiante de derecho que hace un tiempo fue rescatada por super Alcira, está ahora por tomar el mismo colectivo que entonces, ese cuya línea puede expresarse por la intrincada relación aritmética de dos veces, seis veces diez, más diez. Levanta la mano para que el colectivo se detenga y se dispone a extraer de su bolsillo una tarjeta, esa que almacena un montón de plata electrónica para pagar boletos de transporte público.
Aquí empieza otro capítulo, la tarjeta se resbala de las manos de Rocío, cae hacia el suelo dando caóticas vueltas. Todo pasa muy rápido, pero lo estoy contando en cámara lenta. Cada milisegundo que pasa, la tarjeta está más cerca del suelo. En realidad, más cerca de una boca de tormenta llena de agujeros. No vamos a hacer un cálculo probabilístico. La tarjeta termina en el fondo de la alcantarilla.
Rocío deja pasar el colectivo y trata de que se le ocurra alguna manera para sacar de ahí la tarjeta. Puede verla a través de los agujeros a unos cincuenta centímetros. Pero antes de que se le ocurra cualquier cosa, aparece a la vuelta de la esquina un sujeto extraño. Viste ropa de médico cirujano. Tiene un sombrerito gracioso y oculta su identidad con un barbijo. Trae una valija en una mano y un lavabo en la otra. Se detiene frente a Rocío, que lo mira raro.
Super Mariano primero lava sus manos y brazos con jabón antiséptico, se calza unos guantes de goma. Abre la valija. Despliega en la vereda todo su instrumental laparoscópico. Vemos como los bracitos del aparato entran en la alcantarilla por los agujeros. El cirujano maniobra con maestría y en pocos minutos, caza la tarjeta perdida. Logra sacarla de la alcantarilla. Se la devuelve a Rocío. Con su misión cumplida, super Mariano guarda toda su tecnología después de enjuagarla en el lavabo. Cierra la valija y se pone de pie.
De repente, una luz encandilante como las de los quirófanos ilumina toda la esquina. Todos quedamos ciegos por un instante. Ahora podemos ver de nuevo, pero no hay ni rastros del super cirujano.