martes, 27 de agosto de 2013

jeTer

Anagrama

No tenía ojos para conocer el resto del universo, pero con esfuerzo y mucha atención había conseguido entender algunas de sus propias características. No parecía lógico que un ser fuera tan desproporcionado. Ella era larguísima y muy flaca. Flaca como un fideo, pero bastante más larga. Quizás sea posible hacer fideos así de largos pero sería una gran complicación comerlos.
Sabía muy bien que estaba la mayor parte del tiempo enroscada sobre sí misma. No le incomodaba. Sí se sintió un poco rara después, cuando se dio cuenta de que alguien tiraba de uno de sus extremos y la retorcía. Después de cada vuelta una espada gigantesca rozaba su cuerpo con peligrosidad.
Su preocupación no duró mucho, cualquiera puede adaptarse rápidamente, sobre todo ante eventos que se repiten. Una vez no pasó nada, dos veces. Al rato uno asume el hecho como algo natural. Lo peor vino después, varios días después. Aunque ella no supo nunca de temporalidades.
Si en un principio estaba retorcida sobre sí misma, ahora era una especie de colección de nudos, que uno al lado del otro formaban una trama. Aunque ella no tenía idea de lo que era una trama. Y así, después de miles de torsiones, llegó después. Tubo una nueva sensación. En seguida se dio cuenta de que ya no era tan larga. No le dolió.

Cuanda alguien teje una bufanda o cualquier otra cosa, va desarmando un ovillo de lana paulatinamente, mientras la anuda valiéndose de una o dos agujas enormes.

sábado, 10 de agosto de 2013

Pies descalzos

Ficción

El aire está bastante frío y la ciudad desierta. Caminamos hacia una paradoja. Las calles vacías son extremadamente silenciosas. Cuidado con esa baldosa floja. Te manchaste el pantalón. Siempre guardan agua sucia para ponerte de mal humor.
Es importante que se descalcen. Todos tenemos que sentir la dureza del asfalto y la rugosidad de las baldosas. Ahora, mientras cruzamos una pequeña zona de tierra y césped, nos damos cuenta de que los dedos de los pies no son tan inútiles. Tenemos que llegar a aquella esquina y doblar a la derecha.
Ahí está, ¿Lo ven? Sí, es un zapato gigante. Debe tener unos diez metros de altura y los cordones son enormes sogas. Negro, de cuero, se impone en el paisaje con una gran autoridad. Quizás porque estamos muy poco acostumbrados a ver prendas de vestir de semejante tamaño.
Démosle la vuelta, tiene que haber alguna forma de subir. ¡Acá hay una escalera! Vamos, vengan conmigo. Suban. Sí, los pies duelen un poco. No, es fundamental tener los pies desnudos, ya van a entender por qué. Más rápido, que todos estamos ansiosos.
Hay muy poca luz. Enciendan las linternas. Va a ser difícil bajar, traigan una soga. Parece un zapato común, de buena calidad. ¿Quién lo habrá hecho? No, yo no vi ningún gigante por el camino, aunque es una buena explicación para una ciudad tan callada. Un gigante pudo haber asustado a todo el mundo.
Ya estamos adentro. Hace un poco de calor y a juzgar por los olores este zapato es nuevo, no debe haber ningún gigante. Caminemos hacia la punta. ¿Qué talle será? Debe ser un cuatrocientos treinta, más o menos.
Ya está. Terminó la aventura. ¿De qué se trataba? ¿No lo ven? Es la paradoja. Estamos descalzos, pero con los pies adentro de un zapato.