jueves, 24 de diciembre de 2015

Atractor de Lorenz

Ficción

Era el día de noche buena. Ese en el que mientras se espera el nacimiento del hijo de dios el sol pasea en el cielo igual que todos los demás días. Gabriel estaba en su departamento y ya no quería sacar fotos desde el balcón. Estaba solo y eso no iba a cambiar, porque el autor no le había escrito una familia para brindar con los primeros petardos. Seguramente, a la noche, iba a subir a la terraza del edificio para hacer algunas fotos de los fuegos de artificio. Los petardos hacen mucho ruido pero no salen. Las fotos son muy calladas.
El mayor problema para Gabriel era la lentitud del tiempo. Porque todavía no había llegado el momento del almuerzo y ya estaba aburrido. Como iba a tener que esperar mucho para sacar fotos pirotécnicas se sentó en el suelo de su casa con la cámara en la mano. Se preguntó qué sacar. Y estuvo cerca de esa crisis que cada tanto sufre todo artista. Con todas las que saqué, pensó, ya quizás no quede ninguna foto nueva por hacer.
En ese momento el autor decidió inyectarle una idea en la cabeza. Por supuesto Gabriel nunca iba a saber que no era propia. Recordó una exposición de fotos que nunca había visitado (porque el autor inyectó recuerdos también) y reflexionó. Es momento de sacar una foto conceptual, decidió.
Aquí es donde la sorpresa se la llevó el autor. Gabriel estuvo jugando con el agua de la canilla del baño un rato. Abría poco, abría mucho y observaba el dibujo tenue que hacía el agua en la pileta. ¿Y el concepto? El fotógrafo de los paisajes intervenidos había extrapolado ese dibujo. Lo había llevado al universo de los sistemas de ecuaciones diferenciales ordinarias. ¡Estaba dibujando un atractor de Lorenz!
Cuando el fluido y efímero perímetro de su dibujo lo dejó conforme salió del baño un momento para volver a entrar con la cámara en la mano. Y después de tocar un par de botoncitos apuntó hacia abajo. Un destello de luz blanca rebotó contra la pileta y nos encandiló.

Esta vez sentí un poco de cosquillas. Una pequeña descarga eléctrica se me escapó de golpe. Un fogonazo blanco salió de mi cuerpo justo cuando abrí el ojo. Lo volví a cerrar rapidísimo, quizás por el susto. No entendí el agua que estaba viendo.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

Levantando la heladera

Ficción

La policía entró a la fuerza en la casa del carnicero asesinado por Adrián. Los vecinos denunciaron haber oído un ruido terrible. En realidad no habían escuchado nada, pero cuando la mañana de ese claro viernes de noviembre nadie abrió la carnicería, se impacientaron. Decenas de asados corrían peligro de no poder existir el fin de semana.
Como la luz de la cocina estaba prendida, la policía supuso que la muerte del carnicero había ocurrido la noche anterior. No había sangre en el suelo. La cara ya pálida del cadáver daba a entender un último deseo insatisfecho. ¿Cómo podía haber quedado abajo de la heladera?
Cuando después de varias horas de trabajo se llevaron el cuerpo a la morgue la heladera quedó a un costado. Nadie le prestaba demasiada atención. Los detectives intentaban imaginar cómo el asesino, quizás uno de estos veganos fundamentalistas, había podido aplastar a la víctima con la heladera.
Entonces pasaron dos cosas al mismo tiempo. Un policía se dio cuenta de que tenía hambre. Tomás tocó el timbre. El policía decidió abrir la heladera. Tomás preguntó por el máximo responsable. El policía intentó abrir la heladera sin éxito. El mejor detective de la historia de la literatura le explicó al subcomisario por qué pensaba que el carnicero era una nueva víctima del asesino de los refranes.
Segundos más tarde corrían juntos hacia la cocina, justo después de escuchar un desesperado pedido de auxilio. El oficial hambriento había conseguido esquivar la muerte, tenía muy buenos reflejos. Aunque le quedaron aprisionadas las piernas.
Esta puerta está trabada. Me tiré la heladera encima, se quejó. Cuando la heladera estuvo nuevamente de pie y mientras un médico atendía el peroné del oficial, Tomás se acercó al enorme electrodoméstico. Intentó abrir la puerta sin éxito. Pensó un poco. Hizo un poco de fuerza hacia arriba y probó de nuevo. Finalmente, las cervezas del carnicero eran libres.

miércoles, 18 de noviembre de 2015

Línea aérea

Ficción

Hace ya varias semanas que Gabriel está en Buenos Aires. Su trabajo en el noroeste argentino resultó parcialmente infructuoso. Después de sacar la última foto en Salinas Grandes viajó hacia el sur por la ruta 40, escapando de la policía. La parte positiva es que las fuerzas de seguridad no pudieron identificarlo. Además, cuando constataron que los daños que había sufrido el paisaje no eran permanentes, dejaron de preocuparse en encontrarlo.
Parcialmente infructuoso decía porque si bien alguna de las fotos de los paisajes intervenidos que tomó son absolutamente increíbles, no puede publicarlas en ningún lado. Digamos que puede publicar una y decir que estaba de casualidad en El Shincal cuando un loco pintó las pircas, pero nadie le va a creer el haber estado en el lugar justo en el momento indicado todas las veces.
En la ciudad su estética no tiene mucho lugar. Casi siempre hay gente mirando. Ahora hay cámaras de seguridad. No es fácil intervenir el paisaje urbano sin ser detectado. Así que por estos días luce aburridísimo. Hasta abatido.
Se acaba de acordar de algunos de los consejos de su profesor de fotografía. La luz y el movimiento se pueden usar para dibujar, le había dicho una vez. Y aquí está ahora Gabriel Click, en el balcón de su departamento. Mirando hacia el norte. Armando el trípode mientras el sol se esconde atrás de un horizonte que por culpa de los edificios no puede ver.
Le gustaría poder hacerle bigotes a las caras de los carteles, o pintar las ventanas de algún edificio de colores, pero desde el balcón no puede. Así que mira el norte desde el balcón. Ya tiene su cámara montada en el trípode y no para de apretar botoncitos. Modo manual, foco manual, una longitud focal de 55 milímetros. Y entonces nos damos cuente qué es lo que está esperando.
La trayectoria de aproximación al aeropuerto metropolitano pasa justo por detrás de un edificio ubicado a unos 150 metros del balcón. Cuando se alcanzan a ver las luces de aterrizaje de un avión de cabotaje, se prepara para disparar. Click. Se oye un ruido y unos segundos después, justo antes de que el avión se esconda atrás del edificio, se escucha otro igual.

Esta vez estoy en una ciudad. Me doy cuenta por los edificios. Tuve el ojo abierto como diez segundos. Hubiera podido contar las ventanas iluminadas si no fuera porque un pequeño grupo de luces se movía continuamente.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Máquina

Ficción



El microcineasta argentino Rubén Film volvió a mostrar de lo que está hecho. Su nuevo microfilm es una clara muestra de cómo se puede concentrar en sólo unos segundos una tremenda cantidad de absurdo y ridiculez. La película, proyectada esta vez justo antes de la última película de Spielberg en un cine de la ciudad, logró confundir a gran parte de la audiencia.
Como siempre, la gente común, pensó que lo que estaba viendo era otra publicidad de esas que molestan antes de la función. Pero quizás Máquina haya conseguido capturar la mayor parte de la atención de los presentes.
Film no es un artista que de tiempo a pensar. Sus obras resultan muy breves, sobre todo para el público que distraído se pierde la primera mitad. Máquina se construye a partir de un pequeñísimo número de tomas de una máquina de coser y la brillante actuación de un par de manos cuya dueña se desconoce (parecen ser de mujer). Usando grandes aperturas el director consigue una profundidad de campo muy corta. Hecho que revela una filmación cercana, probablemente con cámara en mano.
No es fácil llegar a una conclusión frente a una película tan breve. Sin embargo, puede destacarse la calidad fílmica y la sutil banda sonora, que evoluciona aún en el corto tiempo que tiene, hacia un final concreto y seguro. Construida a partir del sonido de la misma máquina de coser que llena de color la pantalla, superpone sus ruidos de una manera estéticamente bien resuelta. Incluyendo un juego entre parlantes muy entretenido. Uno imagina la máquina dándole vueltas.
Pensé que la película no pretendía más que ocupar el tiempo, pero cuando consulté al desconocido cineasta, quien estaba sentado entre la gente con una boina para no ser reconocido, me comentó la valiosa intención de criticar a los talleres textiles clandestinos. Es horrible que exista esclavitud todavía, se quejó. Yo ni lo hubiera imaginado.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Última desilusión

Metanoticia
Una vez más nuestro planeta pasó por ese punto de su órbita en donde se ubica el 25 de septiembre. Percepciones de la ignorancia cumplió 5 años y como el año pasado, sus personajes viven preocupados.
Si bien el blog había mostrado una inusitada vitalidad a principios de este año volviendo a mostrar nuevas publicaciones todas las semanas durante febrero, marzo y abril, en mayo la cosa volvió a estancarse.
Desde entonces tan sólo el mes de agosto permitió que algunos de los personajes del blog se sintieran vivos de nuevo. A la preocupación natural que sufren los personajes al ver sus historias aparentemente abandonadas se suman miedos más complejos.
Es que Adrián se ha colado en los textos muy frecuentemente. Algunos de los personajes suspendidos temen volver a aparecer, porque quizás de hacerlo sean víctimas del asesino de los refranes. Incluso algunos le tienen una envidia completamente patológica a Gabriel Click y sus extrañas fotografías. Se rumorea en el mundo ficcional que una de las razones por las que Rodrigo no escribe es que se ha vuelto un fanático de la fotografía. Tomás, el mejor detective de la historia de la literatura, está convencido de que Gabriel y Rodrigo son la misma persona.
Más allá de las distintas especulaciones alrededor de Rodrigo, lo cierto es que el blog sigue vivo. Quizás con menos vida de lo que uno espera, pero cada tanto la historia continúa, de a pequeños pasos discretos su desarrollo viaja hacia quién sabe donde. En promedio, de 2010 a la fecha, Percepciones de la ignorancia publicó un texto cada 8 días.

martes, 18 de agosto de 2015

Sal psicodélica

Ficción

Gabriel no se alejó mucho de Purmamarca. Dejó el auto a un costado de la ruta, del lado del río. Se sentó en una piedra mirando aguas arriba, escuchando ese ruidito tan especial que hacen los ríos de montaña cuando están tranquilos. Antes de sacar la última foto había preparado el menú del día. Había adquirido unas empanadas de carne, que iba a comer frías, y un alfajor relleno de mousse de limón riquísimo. Por si les tienta, el alfajor lo compró en un bar de la calle Florida. Entre la plaza y el cerro.
Mientras masticaba tratando de descubrir los secretos del relleno y reflexionaba sobre la absurda distinción entre empanadas salteñas y tucumanas, escuchó al pasar a unos lugareños que hablaban de un operativo policial que intentaba encontrar al responsable de una serie de delitos bastante inocentes pero muy coloridos.
Gabriel entendió que sólo tenía tiempo para sacar una última foto en el noroeste argentino. Y tenía que hacerlo rápido. Salinas Grandes no estaba lejos, aunque tenía que remontar toda la Cuesta de Lipán. El problema era que tenía que preparar la foto durante la noche cerrada, porque no había forma de andar pintando los salares de día sin ser visto.
A la tarde se tomó unos mates. Para la cena se había guardado la última empanada. Cuando oscureció retomó el viaje hacia el oeste, lentamente y con cuidado, porque las curvas eran bien enruladas. Para nuestra sorpresa dejó el auto no muy lejos del cruce con la famosísima ruta cuarenta. ¿Pensaría ir caminando? ¡Qué tipo precavido este Gabriel! En el baúl tenía una bicicleta de esas plegables. Preparó los colores de su dispositivo pintapaisajes y se lo ató a la espalda. Y en bicicleta, sin hacer nada de ruido, recorrió los salares saturando el blanco y manchándolos un poco con verde, naranja y celeste.
Mientras amanecía Gabriel caminó desde la cuarenta hasta la zona pintada. No había mucha gente, pero todos entendieron que lo que veían era obra del mismo inadaptado que había pintado el cerro de Purmamarca. Todos sacaban fotos. Uno era Gabriel. Agachado, mirando hacia el sur mientras el sol corría hacia el cielo, cerró un poco el diafragma e hizo lo que tenía que hacer. Click.

Había tanta luz que no pude abrir el ojo por mucho tiempo. Quizás haya sido sólo la milésima parte de un segundo. Nunca, durante mi tecnológica existencia, había visto tanto color blanco junto. Un par de manchas de colores, pero demasiado blanco. Tanto que me confundí.

viernes, 15 de mayo de 2015

Heladera mañosa

Ficción

La sexta víctima del asesino de los refranes sería un carnicero. Aunque el oficio del hombre no importaba. Sí resultaba fundamental su gran musculatura. Adrián necesitaba que el muerto, al menos antes de morir, tuviera mucha fuerza. Porque esta vez, el crimen iba a parecerse mucho a un suicidio.
Habían pasado sesenta días desde aquel en que lanzando un boomerang al cielo había matado a dos deportistas del aire. No había esperado por miedo a ser descubierto, quería que las ganas de matar le volvieran completamente, para disfrutarlo. Poco sabía de los humildes avances de la policía aunque ya su historia circulaba por los medios sensacionalistas.
Ya instalada su búsqueda estética del crimen en la agenda policial podía ser un poco más sutil. Era más fácil que los encargados de la investigación leyeran los refranes en la escena del ilícito. Así que esta vez Adrián diseño una pequeña traba suplementaria para la puerta de una heladera cualquiera. La construyó con planchuelas de aluminio, obteniendo un pieza tan precisa como artesanal.
Mientras el carnicero trabajaba, cortando, sacando grasa y pesando cachos de carne, el homicida de los dichos populares se metió en su casa. Colocó con cuidado la traba suplementaria en la heladera. Limpió cualquier pista que pudiera después vincularlo al hecho. Aunque a esta altura, el refrán era suficiente.
Cuando el humilde trabajador frigorífico llegó a la casa ya era de noche. Se pegó una ducha rápida y vestido únicamente con la húmeda toalla con la que se había secado el cuerpo, fue hasta la cocina. Quería abrir una de sus heladas botellas de cerveza pero la puerta de la heladera se resistió. Volvió a resistirse.
El tercer intento de la víctima fue tan contundente que la heladera cayó hacia él, aún con la puerta cerrada. El pobre tipo murió aplastado sin llegar a gritar. Más valía maña que fuerza.

martes, 28 de abril de 2015

Cerro de los colores

Ficción

Gabriel había podido salir de Tilcara sin llamar la atención. Había sacado una foto increíble y nadie sospechó de su pintura nocturna. La preocupación de los habitantes locales desapareció cuando vieron que el primer chaparroncito lavó todo. Como la policía tucumana no había sido demasiado eficiente nadie estaba en condiciones de asociar lo ocurrido en Tilcara y las cercanías de Amaicha del Valle. Aunque eso no significaba que no fuera a ocurrir en el futuro.
El fotógrafo viajó al sur por la ruta nueve y dobló a la izquierda en la 52. Paseó un rato largo por la feria de Purmamarca mientras anotaba alguna que otra idea en una libreta. ¿Están pensando lo mismo que yo? Sí, está planificando la próxima foto. Seguro vino hasta acá para colorear el cerro de los colores. Esta vez no nos vamos a distraer.
Después de comerse unas empanadas fue hasta el auto. Ya estaba oscuro pero se podía ver cómo Gabriel teñía el agua contenida en unos tanques. También cómo los acomodaba en una extraña mochila, especialmente preparada. Una pequeña bomba, una batería y una manguera con un aspersor en la punta, completaban un increíble dispositivo. Debe haber usado el mismo para pintar el reflejo del cielo en Tilcara.
Camina sin hacer demasiado ruido mientras los turistas se distraen en la plaza principal del pueblo cantando chacareras y huaynos. No usa linterna para no ser visto. Mientras escala el cerro de los colores, intentando recorrer toda la ladera vista desde el pueblo, va rociando el suelo. Cada tanto desconecta la manguera de un tanque para enchufarla en otro.
A la mañana temprano, Gabriel cruzó el río y fue subiendo al cerro ubicado en frente del pueblo con cuidado. Cada tanto se daba vuelta para ver si la altura era suficiente para la toma que estaba buscando. En cierto momento se mostró conforme. Se agachó y sacó la cámara. Buscó el encuadre mirando un poco más hacia el este. Probó dejando el cerro pintado al centro, al costado. También con un leve acercamiento.
Esta vez tardó un rato más que de costumbre. Sacó una foto pero no se sintió conforme con la luz. Dejó que el sol subiera un poco más. Mientras tanto en el pueblo se percibía bastante movimiento, la municipalidad trataba de explicar a los turistas que esos no eran los colores naturales de Purmamarca.
Click sacó la foto y bajó con cuidado. Cruzó el río y se subió al auto. Siguió hacia el oeste. Un rato más tarde llegó hasta el pueblo la noticia. Un loco había pintado el paisaje también en Tilcara y Amaicha.

Vi una montaña. Tenía unos colores hermosos, pero extrañamente vívidos. Al rato volví a ver lo mismo. Me alcanzó para distinguir rosa, azul, verde, marrón, violeta, naranja y blanco. Aunque el blanco quizás haya sido un poco de nieve.

jueves, 23 de abril de 2015

Sobre de líquido

Intento Fallido

Los envases que contienen líquido siempre presentan grandes desafíos. Cualquier terrícola sabe que mientras intenta vaciar el contenido de una botella en una jarra, va gestándose un pedazo de vacío que al crecer tiene tanta fuerza que obliga a una burbuja de aire a entrar en la botella.
Y sabe también que dos cosas no pasan al mismo tiempo, así que o sale el líquido para afuera o entra la burbuja para adentro. Y justo después de que la burbuja se acomoda el líquido vuelve a salir, pero lo hace con desprolijidad, salpicando algo que hasta un instante antes estaba seco.
Peor es el caso de las bolsas. Porque hoy en día las botellas son un lujo. Así que cuando uno va al almacén se encuentra con un montón de fluidos que se venden en bolsas. Muy lindas y refinadas. Pero son bolsas.
Quizás no todos sepan que existe un método infalible para resolver el problema de las burbujas que se apuran por llenar vacíos en estas bolsas. Es una de esas cosas tan simples como prácticas. Se pueden cortar dos esquinas. Entonces cuando un poquito de líquido sale por un lado, un poquito de aire entra por el otro. Y el vacío no puede crecer más.
Estoy por aplicar el método una vez más. Tomo el sobre en la mano y con una tijera común y corriente, de esas que no son ni feas ni lindas, corto una de las esquinas del sobre. Con un ágil movimiento de mi brazo derecho corto otra.
Ya listo para servir presiono el sobre y un poco de mayonesa cae arriba del tomate. Pero una cantidad igual sale disparada en dirección opuesta y ensucia la mesa, muy cerca del plato.

jueves, 16 de abril de 2015

Buscando el boomerang

Ficción

Tomás llegó al aeródromo ubicado al sur de la ciudad convencido de sus sospechas. No podía tratarse de un accidente. Las correas de los parapentes no se cortan tan seguido. Se trataba sin duda de otro crimen de Adrián.
¿Cómo es que sabe Tomás que el asesino de los refranes se llama Adrián? No se sorprendan. Recuerden que se trata del mejor detective de la historia de la literatura. Tan bueno es que suele adelantarse a la trama de los relatos policiales. Y si todavía nuestro asesino anda suelto no es porque Tomás esté poco inspirado, se debe a que hicimos desaparecer todas las guías de teléfonos. No queremos que la historia termine demasiado rápido.
La policía está rastrillando la zona cercana al punto de impacto de las víctimas. Los deportistas muertos deberán ser desarmados en una autopsia reglamentaria, aunque los forenses se juegan y apuestan que la causa de muerte fue un fuerte choque cabeza con cabeza.
Tomás se acerca al policía a cargo del operativo. ¿Encontraron alguna pista? No, contesta el empleado de seguridad estatal, estamos buscando proyectiles, casquillos de bala, huellas, pero por ahora nada. Es que tienen que buscar un boomerang, indica Tomás. ¿Cómo? Sí, esa cosa australiana que da una vuelta y vuelve. Busquen por allá.
Un oficial encontró el arma homicida en seguida. Acostumbrado a las sorpresivamente correctas deducciones del detective, no se sorprendió. Le acercó el hallazgo a su jefe y éste se la dio a Tomás. Que por supuesto agarró el boomerang con sumo cuidado evitando que la grasa de su piel dibujara huellas digitales sobre la madera combada.
Observó con detenimiento el filo del arma. El asesino de los refranes había demostrado además de un dominio exquisito de las técnicas para la fabricación y adaptación de armas, una gran destreza a la hora de lanzar el objeto. No era un tiro fácil. Sin embargo, había conseguido matar dos pájaros de un tiro.
Justo cuando estábamos por colocar aquí el punto y aparte, Tomás se da cuenta de que la próxima víctima va a matarse a sí misma por recurrir a la fuerza y no a la inteligencia. El próximo va a ser un hombre robusto y fuerte, le comenta al policía.

jueves, 9 de abril de 2015

Reflejo del cielo

Ficción

Gabriel estuvo a punto de ser atrapado por la policía. Su intervención en las ruinas tucumanas había sido de gran envergadura y tardó mucho más en desaparecer. Los responsables del sitio arqueológico denunciaron lo sucedido inmediatamente, pero las fuerzas policiales del interior a veces dan oportunidades. Y mientras entre oficiales discutían cómo se escribía la palabra profanación, nuestro querido fotógrafo manejaba intranquilo hacia el norte.
Cruzó a la provincia de Salta y en Cafayate tomó la ruta 68. Y cuando llegó a Salta, esa ciudad linda del noroeste, no se detuvo. En San Salvador de Jujuy tampoco. Lo hizo cuando llegó a Tilcara. Ahí limpió bien el auto y se deshizo de los baldes. Escondió bien el arco guardándolo con las flechas comunes y corrientes. Descargó las últimas fotos y las borró de la cámara.
Comió lo que cualquiera de nosotros comería en ese lugar. Empanadas de carne, humitas, tamales. Quizás algún pedacito de llama. Lo cierto es que a la mañana siguiente llegó con su cámara hasta la puerta del Pucará de Tilcara. Pagó debidamente su entrada y empezó a recorrer los senderos que de a poco atravesaban ese antiquísimo poblado, medio reconstruido medio abandonado, que supo albergar a tantos nativos americanos.
Cuando llegó arriba de todo y sacó su cámara de la funda nos sentimos un poco extraños. ¿Va a sacar la foto? Pero si todavía no hizo nada. Y cuando miró hacia el sur nos dimos cuenta. Las puntitas de muchos de los cardones estaban pintadas. Y más abajo, sobre la margen este del Río Grande, Gabriel había dibujado el reflejo del cielo.
Seguramente lo hizo a la noche, cuando desprevenidos pensamos que después de las empanadas se iba directamente a la cama. Lo cierto es que ahí estaba por fotografiar el paisaje intervenido, pero esta vez sin levantar sospechas. Porque los responsables del predio ya se agrupaban cerca del fotógrafo sin saber quién había podido hacer aquello. Mientras discutían se escuchó un Click.

Había mucha luz, así que abrí el ojo por muy pero muy poco tiempo. Alcancé a ver que estaba mirando desde arriba el cauce de un río. Había unas montañas atrás y algunas plantas desérticas cerca mío. Lo que más me llamó la atención fue el extraño reflejo del cielo sobre la tierra. No pude retener más detalles, la imagen se me fue a la memoria de largo plazo.

miércoles, 1 de abril de 2015

Chorros porteños

Ficción



En el día de ayer se estrenó el último corto de Rubén Film. El microcineasta nacido en Buenos Aires intentó sin éxito llamar la atención de una audiencia lista para disfrutar del último gran éxito del cine comercial norteamericano.
Sucede que el trabajo del desconocido y polémico director argentino nunca dura más de dos minutos. Situación que hace difícil convencer al público de tomarse el trabajo de ir hasta el cine a verlo. Así que como hizo con sus últimas tres películas, el estreno de Chorros porteños tuvo lugar durante los momentos previos a la proyección del largometraje superproducido, entre una propaganda y otra.
La brevísima película, producida por Percepciones de la ignorancia, sufrió la injusticia de la desatención. Incluso podría asegurarse que muchos de los presentes disfrutaron más de las publicidades.
Digo injusticia porque pocas veces se ha visto, condensada en tan sólo ochenta segundos, una crítica tan sutil y efectiva a la corrupción en Argentina. Totalmente rodada en piletas y lavabos, con una banda de sonido que recurre únicamente al sonido producido por el agua y un par de cuencos tibetanos, Chorros porteños nos muestra como la tolerancia social ante la ambición desmedida del gobierno permite que nuestro futuro fluya, pero se vaya por el drenaje.
Merece mención también el tímido coloreo de las imágenes, recurso expresivo que genera la sensación de que entre el espectador y la película hay algo. Una especie de tela traslúcida que va cambiando de color.
Film no consiguió captar la atención de una audiencia impaciente por ver una película llena de efectos especiales, pero conmovió profundamente a sus fanáticos seguidores. Su madre y su abuelo. Ni siquiera lo logró con su hermana.

viernes, 27 de marzo de 2015

Castillos geológicos

Discusión

Esos son los castillos. Acá en el noroeste argentino les dicen así. Rayas profundas, verticales, dan la sensación de diseñar la arquitectura sedimentaria que adorna el paisaje. Disculpame, discutió Rodrigo con su otro hemisferio del cerebro, pero lo que decís tiene un claro sesgo medieval. Lo que acá los lugareños describen como castillos tranquilamente podrían llamarse rascacielos. Claro que a la gente del interior le molesta un poco el urbanismo. ¿Qué decís? Ahí nomás se interrumpe Rodrigo con el primer hemisferio. No seas tan porteño.
Pido disculpas, continúa el otro, pero no me vas a decir que no tengo razón. Los surcos en las montañas son surcos. Si te sentás en una reposera y los mirás todo el día vas a encontrar miles de formas distintas de llamarlos. Está bien, tenés razón. Claro. Igual más allá del nombre que les demos están buenísimos. Una bella manifestación del trabajo del agua y el viento a través de los años.
Ahora soy yo el que no estoy de acuerdo. ¿Vos decís que el agua y el viento tuvieron el mismo grado de participación? Eso me dijeron, se contestó Rodrigo a la defensiva. Darle tanto crédito al agua en un lugar donde no llueve nunca me parece un despropósito. No te agarres de las estadísticas meteorológicas. Sabés muy bien que el impacto que puede tener un baldazo de agua en esta roca enclenque es mucho más grande que el daño que le podés hacer soplando un poco. ¿Qué decís? Estamos hablando de masas de aire gigantes, a velocidades de importancia. Y durante todo el año.
Esperá. Vas a estar de acuerdo conmigo en que el aire es muy liviano y no se cae. Sí, claro. Y en que el viento se mueve de manera más o menos horizontal. Así que es evidente que esos surcos los hizo el agua, porque si no no estarían alineados para abajo.
A veces, cuando Rodrigo es capaz de presentarse a sí mismo argumentos de tanta contundencia, no le queda otra que guardar silencio.

jueves, 19 de marzo de 2015

Hay equipo

Trasgresión

Como Javier ya no se divertía tanto haciendo que la gente pase un mal rato, reconsideró la oferta de un curioso dirigente del distrito. Aceptó quedar a cargo de una brigada de trasgresores. Era pública la gran reducción de las contravenciones en la ciudad desde que Javier supo trasgredir siendo útil a la sociedad. Resultaba bastante fácil de creer también, que una pequeña inversión en recursos humanos podía mejorar aún más el rendimiento de su método.
El trasgresor seleccionó a los integrantes de su equipo personalmente. Todos estarían a prueba durante noventa días corridos, esperándose de su parte una participación activa en el método recién a partir de la tercer semana. Javier no tardó nada en darse cuenta de que su acostumbrado procedimiento se podía volver mucho más eficiente. La división de tareas permitía que, mientras parte de su equipo se ocupaba de seleccionar víctimas, estimar presupuestos y construir lo que hiciera falta, él pudiera dedicarse únicamente a concebir los planes de ataque.
Uno de sus muchachos nadó en un club como incógnito durante una semana. De todas las muestras de mala conducta observadas, el equipo seleccionó de forma unánime el arrojar el chicle sin gusto a los mingitorios en el vestuario masculino del club. Pero como no había presupuesto para darle una lección a todos los idiotas que obligaban al encargado del baño a ensuciarse la mano todo el tiempo, se seleccionó a uno de manera aleatoria.
Y un día la víctima arrojó el chicle en el mingitorio y un rato después salió del baño. Listo para ir al trabajo relajado, con esa sensación muscular tan placentera que da hacer ejercicio. Fue al estacionamiento a buscar el auto ignorando, por supuesto, lo que estaba a punto de sucederle.
A unos cincuenta metros, el equipo de trasgresores ya tenía lista una catapulta que aunque moderna, guardaba un tremendo parecido con esas de las guerras medievales. Ante una seña de Javier, la única señorita integrante del equipo, tiró una palanca para atrás.
Justo antes de entrar en el auto, la víctima quedó sepultada en un chicle gigante, de unos tres metros cúbicos. Desesperado, logró en pocos segundos sacar la cabeza para respirar. Aunque tardaría quince horas en limpiarse el resto del cuerpo.

viernes, 13 de marzo de 2015

Dos pájaros

Ficción

No lo escribimos en ningún momento, pero el asesino de los refranes se llama Adrián. A estas alturas ya mató tres personas inocentes. Un trío de víctimas compuesto por dos personas cualquiera y un político. Pero aunque estemos hablando de una cosa terrible, es su vocación.
Mientras prepara el próximo capítulo de su serie de matanzas, Tomás, uno de los mejores detectives de la historia de la literatura, trabaja en conjunto con la policía. Fue justamente él quien descubrió el sentido discursivo de los asesinatos. Las hebras del hilo conductor de los crímenes son conocidos dichos populares.
El que toca ahora es ese que habla de matar dos pájaros de un tiro. Lo que nos hace sospechar que esta vez las víctimas van a ser dos. Aunque también podrían ser pájaros. Lo cierto es que el homicida se tomó un tren y salió de la ciudad hacia el sur. Tomó también un colectivo y después tuvo que caminar kilómetros.
Ahora está en un aeródromo, de esos en que los fanáticos del vuelo usan sus avionetas y planeadores. En el cielo se distingue un grupo de hombres flotantes, maniobrando sus parapentes. Adrián está muy concentrado. Quizás porque no puede matar de más. Si las víctimas son tres nadie va a poder descubrir en que refrán se basa su próximo crimen.
Frío como pocos, saca un boomerang de la mochila. Uno con las alas bien afiladas. Ve cómo dos deportistas se separan del grupo y reflexiona. Hace unos pequeños gestos preparatorios, muy parecidos a los de los lanzadores del deporte del bate. Inspira y para cuando suelta el aire de sus pulmones el boomerang vuela hacia arriba. Empieza a describir una curva elegante, de un radio enorme.
El arma cortó dos correas y uno de los deportistas no pudo evitar enredarse con el otro. Dieron unas vueltas. La mala suerte, o la extrema destreza de Adrián, quiso que ambos chocaran, cabeza con cabeza. Después cayeron al suelo. Casi no hicieron ruido.
El asesino escapó sin que lo vean. Unos minutos más tarde llegó la policía, sin que la llamen. Tomás imaginó lo de matar dos pájaros de un tiro y pidió vigilancia para todos los aeródromos de la zona. Pero llegó un cachito tarde.

lunes, 9 de marzo de 2015

Ríos de tierra

Ficción

Gabriel había dormido en Santa María. Un pueblo de Catamarca ubicado muy cerca del límite con Tucumán. Antes de acostarse había aprovechado para hacer todas esas cosas que tienen que hacer los fotógrafos modernos, que por no usar más rollos de película tienen que copiar sus imágenes a la computadora y por las dudas a algún dispositivo de almacenamiento masivo, por cualquier cosa que pudiera ocurrir.
La foto que tiene en mente Gabriel para esta mañana es un poco más monumental. Sigue muy inspirado con la arqueología, esta vez pretende usar las Ruinas de Quilmes. Tiene una mochila grande y no para guardar la cámara. Guarda unas extrañas flechas. El arco está en el baúl del auto. En el que también hay unos extraños baldes.
El artista de la luz salió del pueblo hacia el norte y tomó la ruta cuarenta. Cruzó la frontera provincial entrando a la provincia de la independencia y poco después de pasar el empalme con la 357, dobló a la izquierda. No había nadie, quizás por la época del año.
Dejó el auto medio escondido y cargó la cámara, el arco y las flechas. Se ató los baldes del baúl a la mochila y los fue arrastrando hasta la trepada hacia uno de los miradores mientras una tintura de un rojo muy bonito se iba escapando por orificios en las paredes de plástico.
Dejó los baldes muy cerca de la ladera y subió. Comenzó a lanzar las flechas. En las puntas unas bombitas llenas de un tenue naranja reventaban contra el suelo manchándolo con elegancia. Después de un rato quedó conforme.
Tomó la cámara, jugó un poco con el diafragma. Buscó un buen encuadre. Hizo una toma de prueba, que chequeó en la pantalla trasera. Volvió a poner el ojo en el agujerito que le dejaba ver a través de la lente. Y sacó una foto fantástica.

Otra vez me despertaron temprano. Abrí el ojo por un momento muy breve. Alcancé a ver lo que parecían ser paredes bajas dibujando líneas curiosas en el suelo. Esta vez, como abrí el ojo una segunda vez, noté claramente el río rojo que descendía hasta perderse en el borde de mi lente.

lunes, 2 de marzo de 2015

Alfajor suspendido

Proceso

Los argentinos consumen seis millones de alfajores por día. Una cifra sin duda respetable. Aún así la curiosidad que demuestran por el proceso fabricatorio de esta especie de doble galleta con algo en el medio, es escasa.
Claro que en principio los alfajores no son ninguna ciencia. Si sabés hacer galletitas, tenés que hacer dos. Entonces tenés una galletita y le ponés el dulce. Colocás la otra galletita arriba. Apretás un poco. Como el dulce siempre es un poco pegajoso las tapas se quedan juntas.
Ahora bien, una gran cantidad de los alfajores argentinos están bañados en chocolate. Así las galletitas quedan ocultas por una fina capa negra de sabor. El misterio empieza cuando vemos que el alfajor no sólo está cubierto por arriba. También es negro abajo.
Esto ya no es tan fácil. Lo confirmé después de probar en mi casa. Apoyé el alfajor en la mesa y le tiré baño arriba. Nunca se puso negro abajo. Así que comencé una seria investigación con el fin de averiguar cómo los hacen.
No fue fácil porque el concepto tecnológico utilizado no fue patentado y por lo tanto no es público. Pude ver las máquinas funcionando en una fábrica adonde conseguí entrar para inventar fechas de vencimiento. Y como me hicieron firmar un convenio de confidencialidad, muy probablemente termine preso después de contarles esto.
El alfajor viene desnudo hasta una extraña máquina que fabrica tornados longitudinales. Grandes turbinas soplan a través del centro de una cinta y unas aspiradoras chupan por los costados. Entonces sucede algo mágico. Los alfajores quedan suspendidos en el aire, bailando un poco. Dando algunas vueltas. En ese momento les tiran el chocolate arriba.
En un principio el baño es parejísimo, sumamente perfecto. Pero cuando los alfajores alcanzan el final del tornado caen con elegancia otra vez a la cinta. Es el propio peso del alfajor el que hace que el lado de abajo del baño quede chatito.

lunes, 23 de febrero de 2015

Pasajero se cuela


Trasgresión

Una de las cosas que hizo Javier cuando empezó a trabajar para el estado fue aprender a manejar colectivos. No tenía por qué hacerlo pero consiguió convencer a algún funcionario de que en algún momento podía llegar a servir. Hace unos días entró a trabajar como agente encubierto en una línea de tres números para continuar con su audaz cruzada contra las contravenciones cotidianas.
Justamente, está por ocuparse de los pasajeros de escasa cordialidad que se adelantan en la cola para subir al colectivo. Todavía no sabemos bien cómo lo va a ser, aunque imaginamos que lo hará mientras conduce el vehículo.
Seguramente los ciudadanos comunes y corrientes no habrán notado nada extraño en el coche que conduce Javier. Sin embargo, nosotros que lo vemos desde arriba recorriendo las calles de una ciudad caótica, calurosa, húmeda y sudamericana; notamos un extraño dispositivo colocado en el techo, justo arriba de la puerta por donde descienden los pasajeros.
Para no quedarnos con una única perspectiva, bajamos hasta el nivel de la vereda y nos subimos al colectivo. Por supuesto nos metimos últimos, porque nosotros sabemos quién es Javier. Incluso lo reconocimos a pesar de la gorra y los lentes negros.
Una posible víctima sube al colectivo después de ganarles la posición a dos señoras mayores que no pueden mucho más que lanzar miradas de si fuéramos más jóvenes te bajamos de los pelos. Javier muy atento toma nota cerebralmente, porque papel no tiene.
Tuvimos que esperar un rato porque la víctima, orgullosa de su nueva cartera de cuero y su blusa cara y verde manzana, viajaba lejos. Pero justo ahora se para para tocar el timbre. Vemos el reflejo de la cara de Javier en uno de esos espejos que llenan los colectivos. Tiene la típica sonrisa de ahora vas a ver.
El colectivo se detiene. La puerta se abre. La víctima baja. Se escucha un sonidito extraño y antes de oír los gritos vemos cómo unos litros de barro especialmente preparado caen sobre su blusa y su cartera.
Mientras el colectivo se aleja y los gritos también, las dos señoras mayores sonríen de una manera sutil pero perversa. En algún momento Javier las va a agarrar a ellas también.

lunes, 16 de febrero de 2015

Pintando pircas

Ficción

Aquel pobre hombre que intentó en vano perseguir al fotógrafo Gabriel Click en el pueblo perdido de la quebrada sintió una sorpresa de gran impacto cuando acompañó a la policía al lugar del hecho. El cactus, las piedras y el suelo que hasta hacía media hora mostraban manchas de colores estaban como nuevos. El cuidador no lo sabía, pero Gabriel era muy respetuoso del medio ambiente y había salpicado el paisaje con tinturas que al contacto con el aire desaparecían. Sobre todo en lugares secos como ese.
Gabriel viajó entonces libre de culpa y cargo hacia El Rodeo. Después de un descanso siguió de largo. Pero bien de largo. Hasta que después de pasar por Las Juntas y Piedras Blancas llegó a Humaya. Ahí la ruta se terminaba. Así que contrató a un lugareño para que lleve el auto hasta Andalgalá. Lugar en el que Gabriel volvería al volante después de cruzar los cerros a caballo, recorriendo casi cincuenta kilómetros. Se animó a recorrer la ruta de ripio que lleva a Belén y de ahí fue al sudoeste, hasta Londres. No la capital europea, el pueblito de Catamarca.
Una madrugada se levantó y se dirigió al noroeste hasta alcanzar las ruinas de El Shincal. Era muy temprano y no había amanecido. Así que Gabriel se metió de sopetón en el yacimiento arqueológico y empezó a preparar su foto mientras los responsables del lugar dormían.
Pintó algunas de las piedras en una de las pircas. Usó rojo, amarillo, naranja, violeta y verde. No tardó mucho. Tampoco pintó toda la pared. Para cuando se dio ese fenómeno óptico propio de los amaneceres, el cielo se mostró color salmón y después de un momento de reflexión Click sacó la foto.
Para cuando los primeros visitantes vieron la pared ya los colores eran tenues. Los responsables del lugar no tenían ni idea qué había pasado. Mientras intentaban desentrañar el misterio, Gabriel viajaba hacia el norte, por la famosa ruta cuarenta.

Sabía que era temprano porque las cámaras modernas solemos tener reloj con fecha y hora. Cuando abrí el ojo, vi un hermoso cielo un poco rojizo un poco amarillento. Una pared hecha de piedras, dispuestas con cuidado, mostraba algunas manchas de colores. No les puedo decir qué colores. Todavía no logro ver los detalles tan rápido.

lunes, 9 de febrero de 2015

Despegue grandote

Hecho

Hoy es nueve de febrero. Pero eso ya lo sabían. Lo que no saben es que no es cualquier noveno día del segundo mes del año. Es el de 1969. Y estamos por presenciar un evento de trascendencia. Bueno, quizás no tan importante, sobre todo para nosotros que sabemos que dentro de unos meses, en julio, el hombre va a bajar en la luna para dar saltitos graciosos.
Ese que ven ahí no es cualquier avión. Es un 747 nuevito. El primer avión de fuselaje ancho. Enorme. De setenta metros de largo, con alas de casi sesenta metros. Cuatro motores a reacción y una joroba en la parte de adelante de lo más simpática.
Ahí en la escalerita podemos ver a Jack Waddel y Brien Wygle. Son los pilotos de prueba. Los primeros que se van a animar a mover semejante bestia. Pasaron apenas seis décadas desde que unos hermanos que arreglaban bicicletas les taparon la boca a todos esos escépticos que decían que no íbamos a volar nunca. Ahora, si lo de hoy sale bien, quizás el año que viene podamos hacerlo de a grupos de quinientas personas. Incluso los adinerados, van a poder tomarse un whisky en los sillones del primer piso.
Vamos a colarnos en el vuelo. Tranquilos que no hace falta que estén abiertas las puertas. Somos protagonistas literarios, podemos atravesar las ventanillas. Eso sí, no hagamos mucho ruido, no vaya a ser que los pilotos se pongan nerviosos.
El ruido de los motores es espectacular. Carretear arriba de esta mole es de lo más emocionante. Una cabina muy bonita. ¿Que quién es el tercer hombre? Es Jess Wallick, el ingeniero de vuelo. Miremos bien lo que hacen que cualquier cosa ponemos los flaps nosotros.
Ya estamos listos. La mano de Jack se acerca a la palanca de potencia. Los motores truenan con elegancia y el avión empieza a moverse. No, no es un auto de carreras. Pesa como ciento sesenta toneladas. Ya vamos más rápido. Ahí Jack sube un poco la nariz. Se retira el sonido de las ruedas. El vuelo no va a ser largo. Va a haber algún problema con los flaps, pero no es culpa nuestra.

lunes, 2 de febrero de 2015

Bolas de caca

Trasgresión

Con el tiempo Javier cumplió su condena. Sin embargo, era feliz siendo empleado estatal. Sus métodos habían logrado una reducción significativa de todas las contravenciones de tránsito en la ciudad. Así que el estado también estaba feliz.
Cuando solicitó permiso para tener bajo su control otro tipo de contravenciones, sobre todo las relacionadas con el correcto uso de los bienes públicos, nadie dudó en otorgárselo. Es más, algún que otro político pensó en asignarle presupuesto para que maneje una brigada de trasgresores. Pero él quería ser el único.
Ahora lo vemos salir de su inmueble, es que como oyó eso de que para cambiar el mundo mejor empezar por casa, Javier va a iniciar su cruzada contra las contravenciones en su propio barrio. Tiene unos guantes extrañísimos. Los hizo él mismo. Lo sé porque estuvo trabajando en eso durante la última semana. Son muy especiales.
Paciencia. Ya vamos a saber para qué son los guantes. Javier camina rápido, describe una trayectoria sin ninguna particularidad, hasta que ve a lo lejos a un señor elegante que va con su perro. El perro ensucia la vereda con porquería de estado sólido. No se trata de orina congelada, es lo otro.
Javier alcanza la posición de la deposición rápidamente. Ahora es cuando utiliza sus guantes. Toma la materia fecal y mueve las manos en forma coordinada fabricando proyectiles de caca. Sí, ya sé, es un asco. Saca un recipiente de su mochila y los guarda.
Ahora camina persiguiendo al señor elegante. Se detiene a unos diez metros. Abre el recipiente y hace esa coreografía típica de los lanzadores del deporte del bate. Los proyectiles oscuros vuelan, la típica parábola de la cinemática del secundario.
La puntería de Javier es excelente. El traje del dueño del perro necesita lavarse, aunque va a ser difícil encontrar una tintorería que lo acepte. El perro no entiende mucho, pero falta no le hace. El tipo la próxima seguro sale con una bolsita.

jueves, 29 de enero de 2015

Salpicando el cactus

Ficción

Ese que ven ahí es Gabriel Click. Es fotógrafo. Estamos en Catamarca. Una provincia argentina, justo arriba de La Rioja. Acabamos de abandonar la capital de la provincia hacia al oeste, por la ruta cuatro. No buscamos nada especial, seguimos a Gabriel nomás.
Gabriel es un fotógrafo muy particular. Piensa la fotografía como una herramienta para registrar algo más que la realidad. Por eso no saca una foto así como así. Siempre las prepara obsesivamente. Manipula la luz y los colores, no sólo con el obturador y el diafragma. También con elementos ajenos a su cámara.
Está subiendo por la ladera, por el lado de la ruta por donde no pasa el río El Tala. Sube muy confiado, sabiendo hacia donde va. Quizás arriba haya algo especial, algo más que los arbustos que cubren la tierra de todas estas montañas.
Hay pircas enterradas, paredes de piedra que parecen hechas hace mucho tiempo por antiguos habitantes del suelo americano. Unas ruinas viejas, de como 1500 años. Un sitio arqueológico bastante monocrómico. Conozco el trabajo de Gabriel Click y me cuesta creer que se conforme con una foto tan poco psicodélica.
Gabriel se acaba de detener en frente de un cactus enorme. Deja su mochila en el suelo y saca de adentro unas botellas de colores. También tiene un extraño envase con una manguerita, tiene un gatillo y parece que se le puede insuflar aire. Lo carga con uno de los colores y se asegura de elevar la presión interna.
No tarda mucho, en quince minutos pintó el cactus de un lindo verde manzana, algunas piedras de rojo y dejo manchas violetas, naranjas y amarillas en el suelo. Ahora sí saca la cámara. Mide la luz, cierra un poco el diafragma. Y Click saca su foto.
Ahora corre hacia abajo, se escapa del cuidador del sitio, que a los gritos le pide que se detenga. Ya no lo alcanza. El pobre hombre no sabe cómo va a explicar lo sucedido. ¿Quién era ese extraño profanador de ruinas?

Ser una cámara de fotos no es tan fácil. Nuestro contacto con el mundo es literalmente fugaz. Oídos no tenemos, olfato tampoco. Nos conformamos con un único ojo. El problema es que la mayor parte de las veces lo abrimos durante muy poco tiempo. Está vez fueron apenas 8 milésimas. Pero me alcanzó para ver una pared de piedras con manchas rojas y un cactus pintado de verde.